martes, 10 de diciembre de 2013

BRINDIS AL SOL


La vida está llena de paradojas, de hecho ésta no deja de ser una paradoja en sí misma. Tal vez ahí radique su encanto. 

Comienzo a escribir estas líneas a la vez que comienza diciembre. El otoño se apaga y va dejando paso a un invierno que ya se puede sentir pero que, incluso antes de nacer, viene de la mano de la consagración de su derrota: el solsticio; las noches se acortan y la luz del día se va haciendo poco a poco con las manecillas del reloj. 

La cuestión no es baladí. El ser humano lo celebra prácticamente desde que el mundo es mundo, rindiendo una especie de homenaje a la vida que late agazapada bajo la aparente losa que es el frío. Así, todas las civilizaciones se han ido pasando el testigo señalando la importancia de estas fechas en su calendario particular, incluida la antigua Roma. En esta ciudad, a la que le debemos casi tanto como lo que le recriminamos,  a este momento se le llamó "el triunfo del Sol", o lo que es lo mismo, "Sol Invictus" y su festejo se extendió por todos los rincones a los que llegó el dominio de las insufribles declinaciones latinas.


Sol invicto, desafiante y chulesco, naciendo una y otra vez.


Al igual que el latín dejó de extenderse alrededor del Mediterráneo, dentro de las fronteras del orbe romano un nuevo poder logró posicionarse poco a poco como la mejor manera de entender la vida y asegurar cierto orden en una sociedad cada vez más convulsa y en crisis permanente. El triunfo del cristianismo dentro de la civilización romana se basó en varios factores, uno de ellos fue el ejercer de manera inteligente un pragmatismo que les permitió apoderarse de todo lo que fuera útil para su credo. Así, las primeras iglesias cristianas se localizaron en las basílicas, edificaciones oficiales romanas sin un uso religioso, habitualmente juzgados, pero que servían a la perfección para la reunión pública y atechada de las multitudes dispuestas a seguir la fe de la cruz. No hacía falta destruir el legado previo al triunfo de los cristianos, tan sólo había que ser astuto y utilizarlo en su provecho. Por ello, a Cristo se le identificó con la luz que vino a romper la noche pagana en la que se vivía y, pese a que en la Biblia no se dice en ningún momento la fecha de su nacimiento, la celebración del "Sol Invictus" romano pasó a ser el día del nacimiento del señor, es decir, su Natividad


Arrimándonos al sol que más calienta.


Paradojas de la vida, han pasado ya algo más de dos mil años, y la historia se repite. De nuevo, la manipulación de lo ya asumido es la receta eterna del éxito. Si un ciclo natural se pudo vestir de acontecimiento místico y acto religioso, no es difícil aceptar que actualmente haya mutado al servicio del nuevo credo de la plusvalía generada por el consumo. Hoy en día, hay más centros comerciales que iglesias y más aroma a colonias caras que olor a incienso. Este fenómeno se ha hecho tan palpable en su indecencia e inmoralidad que a cada minuto que pasa más aumenta el rechazo generalizado a estas celebraciones plenas de excesos. 


Winston Smith, un clásico contemporáneo.


O al menos eso se dice. Pasa como con los documentales de la 2 o las películas en VSO, pero al revés, aquí parece que lo fácil es despotricar de la Navidad; son pocos los que admiten que la aprecian y disfrutan públicamente, de una manera humilde y sincera, alejados del holocausto comercial, pero a la hora de la verdad el común de los mortales está de celebración, unos ejerciendo de exhibicionistas, otros de descreídos. Entiendo perfectamente esa actitud de rechazo ante la apología del derroche, pero un año más quiero declarar públicamente que a mí la Navidad, pese a todo, me sigue gustando.

En casa no lo tengo fácil, mi madre la odia. Muchas cicatrices escuecen en estos días de nostalgia: teléfonos que no suenan, sillas vacías en la mesa, sonrisas forzadas y consumo desmedido. Mis amigos la desprecian; cada año parece adelantarse más en la nueva Babilonia. Son muchas horas las que se pierden entre luces de neón y escaleras mecánicas, buscando envolver en papel brillante dios sabe qué objeto inútil. Todo sea por follar, o al menos intentarlo, y por el ritual de un abrazo vacío alrededor del compromiso de una cena interminable.  

Pero yo sigo empecinado. No son ganas de identificarme a la contra de mis amigos, familia y la inmensidad del underground patrio. Mucho menos aún es que comparta sentimiento con esa supuesta mayoría del rebaño, que pasta entre lo beato, lo superficial, lo fariseo y lo suntuoso. No soy ni tan complicado ni tan inteligente ni tan guapo, y mi vida no es un spot de televisión repleto de sonrisas y gente elegante; lo mío es un ejercicio de mera inocencia infantil y cierta tozudez de carácter.

Sencillamente me niego a rematar a aquel niño, nervioso e inquieto, que solía calmarse viendo como lucían, en la oscuridad del pasillo de su casa,  las diminutas luces del famélico árbol de plástico que se refugiaba en la misma esquina año tras año. Quiero seguir sonriendo al recordar el último día de clase en el colegio; o la extraña sensación de levantarme de la cama con el soniquete de los niños de San Ildefonso en el salón.  A día de hoy, ese sigue siendo el inicio de las navidades para mí, no ninguna campaña de juguetes, colonias o turrones a finales de noviembre. Además, mis padres nunca nos inundaron de regalos a mi hermano y a mí. Estoy seguro de que, frente a nuestras continuas demandas y chantajes emocionales, tiraron de sensatez logrando que disfrutásemos a rabiar de la ilusión generada más que del objeto que la provocaba. Era como volver a encontrar a Chencho tras haberle perdido en la Plaza Mayor de Madrid una vez más.



Pongo una foto pixelada porque el puto señor blogger no me deja poner vídeos y ha logrado que se note en público lo inútil que soy.



Yo me niego a considerar que el paso del tiempo te hace viejo. El paso de los años no esclaviza; las actitudes sí. Al dejar la infancia atrás se descubren las miserias del mundo y, a cambio, se gana la experiencia necesaria para esquivar las hostias de la vida o, al menos, relativizar todos lo males que conlleva. Por eso, una cosa es crecer y otra envejecer. Son cosas que no podemos permitirnos el lujo de olvidar, hay que mantenerlas a salvo y atesorarlas, tal y como representaba aquel "Sol Invictus" recién comenzado el invierno.

 Que se acerquen estos días me hace volver a sentir aquellos buenos recuerdos, que son la herencia de mi vida, y me gustaría poder compartirlo contigo aunque esté pasado de moda.

Todos hemos sido niños en algún momento y creo que lo que sobra en este mundo es gente gris, seria y amargada, se peinen con cresta o se vistan con corbata. Yo solo busco a alguien con el que brindar y celebrar que se puede mantener la sana locura de ilusionarte en estos días sin arruinarte en el intento.



Satanasa y sus hijos demostrando que una fiesta es una actitud, no una fecha.