martes, 25 de noviembre de 2014

EL VOTO OCULTO Y LOS PUROS DE JACINTO.


Conozco mucha gente que pasa de votar. Algunos no creen en la gestión del sistema electoral impuesto; otros afirman que contra el poder económico no hay democracia que valga; muchos practican la abstención activa y a bastantes simplemente se la suda todo esto. Yo, desde mi ignorancia, mi cortedad de miras e incoherencia vital, he votado casi siempre y, sin duda, lo volveré a hacer en los comicios municipales, autonómicos y generales que vendrán en el 2015.

Supongo que el que puso el cartel tampoco fumará.

Ya puestos a participar en su juego, tengo muy claro que si hemos de sacar algo en claro de esta época de crisis, cambios y desafíos, es que los votos se prestan, no se dan a perpetuidad, hay que ganárselos. Esto, por cierto, ya lo decía Don Julio Anguita, hace cerca de 20 años, cuando le atacaban afirmando que el incremento de sus votantes se basaba en el voto de castigo ocasional a Felipe González.


Desde comienzos de los ochenta, desde que la presunta democracia de la transición se instaló en este país, hemos soportado toda aquella cantinela del voto útil -que no era más que propaganda bipartidista-, el himno de una especie de nuevo turnismo de Cánovas y SagastaJacinto Benavente, dramaturgo español y premio Nobel,  ya nos conocía muy bien cuando afirmó que "en España se perdona todo menos el talento", y en política no iba a ser menos.


Jacinto era gay y fumador de puros, algo que no me parece casual.

Desde hace décadas el voto más determinante en la gran mayoría de comicios celebrados es el llamado voto oculto. No lo es tanto el de castigo, ni lo es el indeciso, ni el no sabe/no contesta o el voto en blanco. No es cosa baladí eso de avergonzarse de lo votado, decir una cosa y acabar votando otra. En política, como en la tele, muchos afirman ver los documentales de la 2 y al final la audiencia se la lleva la cotorra teñida discutiendo con el tucán de cejas perfiladas en Tele5. Por lo general, ese voto oculto -que no secreto- se traduce en el triunfo del partido en el poder, al lograr éste el perdón in extremis del votante gracias al chantaje del "más vale malo conocido que bueno por conocer". Nunca está de más volver a señalarlo en días de pre-campaña como estos, en los que hay una cantidad ingente de encuestas que aseguran que el bipartidismo va indefectiblemente a la tumba. Como podéis imaginar, yo no lo tengo tan claro, ya que solamente hemos de echar un poco la vista atrás y tirar de hemeroteca para ver que suele haber más ruido que nueces.


En las elecciones generales del 93, el voto oculto le dió la victoria inesperadamente al PSOE a pesar de multitud de sondeos que daban su derrota por segura. Tras una victoria clara que pocos esperaban, viendo los dientes al lobo, el líder socialista dijo algo así como "He entendido el mensaje". Efectivamente, pareció entender lo ocurrido a tenor de sus resultados en las siguientes legislativas porque en ellas, pese a sufrir la primera derrota frente a la derecha, su partido aumentó en 300.000 el número de votos totales respecto a los comicios anteriores. Nadie había sopesado esa posibilidad lo más mínimo, al menos en público, y eso que ya llovía sobre mojado. Así, el PP llegó al poder con una victoria paupérrima y Felipe González  declaró que era "la más dulce de las derrotas y la más amarga de las victorias". En las encuestas previas, la victoria conservadora se dibujaba aplastante y si de nuevo las expectativas no se cumplieron fue porque el voto oculto socialista se encargó de evitarlo. Los cálculos saltaron por los aires y los populares tuvieron que pactar con CIU para poder gobernar,  tragándose aquellos cánticos de la calle Génova la noche de la celebración de la victoria al son de "Pujol, enano, habla castellano". De este modo, tal y como habían hecho los socialistas en su última legislatura, el protagonista de la rima diminuta volvía a ser la clave de la gobernabilidad del país durante años de bonanza económica.


Es muy importante señalar que la clave del triunfo conservador fue la tremenda campaña mediática que se desarrolló en la época por parte de Cope, Antena3, El Mundo y ABC. Casi nada. Muchos lo recordaréis, la crispación que se sentía no desmerecía en nada a la que sufrimos actualmente. El PSOE estaba corrupto hasta la saciedad; había que regenerar España, librarla de Filesa, GAL, Antonio Guerra, Roldán y demás tropa embutida. Eso fue lo que realmente llevó al PP de Aznar, de la mano de Fraga, a superar por primera vez en su historia al partido que llevaba en el poder desde el 82, aunque solo fuera por unos escasos trescientos mil votos pese a haber mejorado en un millón y medio los resultados de las anteriores elecciones. Era por entonces cuando José María hablaba catalán, era un ser incorruptible y en su gobierno iba a tener un papel muy importante la figura de la mujer. La democracia cristiana europea tomaba el poder sin oler a rancio, con una sonrisa y con aires de renovación, alejada de la sotana y el ejercito.


A día de hoy, el PP en el gobierno ha logrado lo imposible, unir en la crítica a propios y extraños incumpliendo programa y promesas, viéndose marcado por la corrupción hasta el tuétano tal y como estaba el partido socialista décadas atrás. A pie de calle prácticamente nadie defiende la política gubernamental, o asegura que les vaya a votar de nuevo, y los palos mediáticos llegan desde un variado elenco de medios de diversas sensibilidades políticas. El partido parece que se dirige hacía un naufragio irremediable, un destino que parece compartir con el partido con el que ha alternado la gestión del gobierno en democracia. Pero yo esa cantinela ya me la conozco, el peso de la papeleta camino de la urna es a veces demasiado grande para no claudicar a los miedos que todos podemos llegar a sentir y más aún cuando lo que se pone en solfa no es ya el partido, sino las reglas del juego que posibilitan esa paz de los cobardes que es el bipartidismo, la única opción que hemos conocido en democracia. Me fío menos de las encuestas que del abre fácil del tetrabrick. Son interesadas, falseadas, inexactas y, sobre todo, están más dirigidas a condicionar que a informar.


Es ahora, más que nunca, cuando nos azuzan con ese traicionero sentir que es el perdón alimentado con el miedo de lo que vendrá y el sentimiento de culpa por la irresponsabilidad. No podemos seguir claudicando al chantaje emocional habitual. Yo ni olvido, ni perdono. Lo mire por dónde lo mire, no puedo pensar otra cosa. Se han ganado a pulso todo lo que les pase. Por mucho que seamos de una opinión u otra, de aquí o de allá, si no se les castiga electoralmente ya sabemos a qué atenernos. No solo hay que fiscalizar la gestión de los gestores y retirarles nuestro apoyo si no atienden a lo prometido o a la ley, hay que replantearse mucho más, que no se sientan con una posición asegurada pase lo que pase como han hecho hasta hoy los partidos acostumbrados a gobernar tal y como se sentían los caciques en el turnismo decimonónico.


Tonto monta, monta  tonto.

El perdón es mal consejero para saber diferenciar la política de la oratoria. Si las dotes de la segunda no van acompañadas de la primera, al final todo lo vendido es humo y tendrán razón, una vez más, todos aquellos conocidos míos que prefieren quedarse en casa tocándose los cojones.

Y yo ya estoy hasta los mismísimos.



Joder.















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