jueves, 21 de febrero de 2019

CON NOMBRES Y APELLIDOS


Tamar Aphek es la compositora de algunas de las canciones que me acompañaron durante el inicio de mi nueva vida en Madrid hace algo más de once años. Fueron aquellos unos meses muy intensos, llenos de ganas por dejar de mirar atrás, donde cada esquina era una oportunidad para despistar y deshacerme de la melancolía de unas dudas aparentemente sin resolver. No sé vosotros, pero yo, en esos momentos de incertidumbre, siento la música como un báculo sobre el que apoyarme al caminar por un camino incierto.




Sea como fuere, hoy no quiero escribir sobre la cantidad de recuerdos que se me agolpan entre las canciones de esta mujer. Preferiría señalar algo aparte de su talento musical y del valor que tiene su obra para mí, algo más prosaico y que parece -en estos días que corren- hasta feo señalar: Tamar Aphek me pone. Me pone mucho.Su puesta en escena me parece un acto sexual en sí mismo. Ese que se obtiene por la tensión de cimbrearse por el alambre, sexo puro entre golpes de púa y distorsión. Me excita el desafío de intentar averiguar de una vez si su mirada es un intento por olvidar o por seguir aferrada a un recuerdo. Esta mujer tiene algo salvaje e imprevisible que me vuelve loco, como un mordisco entre caricias, como una sonrisa cómplice antes de brindar.


A día de hoy no parece muy correcto decir públicamente, qué te gusta de una mujer, señalar dónde reside su follabilidad. Y no hablo de amor, ni de cosas por el estilo. Hablo de pasión, de deseo, de sexo. Hablo de follar porque hacerlo se está quedando fuera de lugar, como todo lo que sea incómodo, todo lo que no sea lo suficientemente frío o resulte difícil encajar.


Esta noche toca en Madrid, y yo voy a escuchar, a ver y a desear a una mujer con nombres y apellidos.


Mi deseo israelita.