viernes, 17 de abril de 2020

NUESTRA VIDA ADULTA

Por momentos. Nada reseñable. Supongo que lo llevo como todos. Se acaba la primera quincena de este abril tan raro y se cumple un mes de confinamiento. Los días se acumulan entre noticias atropelladas, conversaciones con amigos y rutinas autoimpuestas para vencer la desidia y el desánimo domiciliarios. La llamada al orden emocional se mezcla con horas perdidas, imaginando y recordando, mientras que la resignación y la impotencia follan como dos novios tras una discusión. 

Hoy la primavera se ha dejado sentir ahí afuera. Desde los balcones y las ventanas abiertas de par en par se nos ha colado en casa a todo el vecindario. En la mía ha sido como una caricia, pero no descarto que en alguna otra haya sido como una bofetada. He tenido suerte. Por eso me he pasado la tarde animado en el salón, enzarzado en el juego de revisar fotos antiguas de viajes. Pese a lo que pueda parecer, ha sido más un ejercicio de esperanza que de masoquismo, sobre todo tras caer en la cuenta de que, en el abril de hace cuatro años, estaba con dos amigos en Sarajevo, la ciudad que sufrió el asedio más prolongado en Europa desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Aquellos fueron casi cuatro años de infierno enclaustrado remachado a base de morteros y francotiradores, lo que va desde el 5 de abril del 92 al 29 de febrero del 96. Sobre ellos hay publicado cantidad de material fotográfico (imposible no recordar a Gervasio Sánchez), mucha literatura y un buen montón de reportajes, películas y documentales que los describen perfectamente.

En nuestras fotos Sarajevo luce un rostro amable. En la actualidad es tranquila, limpia y muy accesible. Sin embargo, el peso de ser durante tantos siglos aduana de la historia hace que en sus calles se palpe una especie de silencio tenso, como el de una sala de espera. La ciudad es un eterno impasse ante el que mis amigos y yo caímos rendidos. De nuestra visita nos trajimos muchas preguntas, pocas respuestas y aún menos conclusiones.


Cuando dejamos Sarajevo nos dirigimos a Mostar, la segunda ciudad del país Esta es conocida mundialmente por el puente que le da nombre. La imagen del Stari Most (sXVI) es una de las postales más típicas y reconocibles del turismo mundial. Su voladura en 1993 ejemplificó, junto al sitio a la capital, la crudeza y la complejidad de la Guerra de Bosnia. No en vano, durante la misma, católicos y musulmanes eran aliados contra las fuerzas serbias por todo el país, sin embargo, en Mostar, no ocurría lo mismo. Allí apenas había presencia del enemigo común. Las hostilidades se desarrollaron básicamente entre ambas comunidades religiosas y estas pasaban de compartir trinchera a enfrentarse en cuestión de escasos kilómetros.
Stari Most, el puente viejo.
Católicos y musulmanes se repartieron Mostar aprovechando el paso del río Neretva. La parte oeste era de los primeros y la este de los segundos. No es de extrañar que, con el inicio de las hostilidades, el puente encargado de unir ambas orillas saltara por los aires. Con ello, la ciudad se partía literal y metafóricamente en dos. El momento exacto de la voladura se filmó y dio la vuelta al mundo. Su carga simbólica es tremenda y el dolor más grande al saber que fue deliberada. Sucedió el 9 de noviembre de 1993. 

El responsable fue Slobodan Praljak y se le acabó juzgando en La Haya por crímenes de guerra. El 29 de noviembre de 2017 se celebró el juicio que le condena definitivamente a 20 años de prisión. De pie y con el gesto tranquilo, el acusado escucha su sentencia. Solo rompe su silencio para decir estas palabras: "Honorables Jueces; Slobodan Praljak no es ningún criminal de guerra. Rechazo su veredicto con total disgusto". Acto seguido, acaba con su vida bebiendo un frasco de cianuro ante la incredulidad de todos los presentes. Estas imágenes pasarán a la posteridad como las del Stari Most. Cada vez que las veo se me pasan muchas cosas por la cabeza y me pierdo entre la admiración y el desprecio ya que no le tembló el pulso lo más mínimo a la hora de acabar con su vida y dudo que lo hiciera al tener que decidir sobre la de los demás.
Mostar, pese a que la devastación fue tremenda, está hoy en día reconstruida prácticamente en su totalidad. Una de sus principales industrias es el turismo y el Stari Most vuelve a ser su principal reclamo. De todos modos, si nos alejamos un poco de la parte vieja de la ciudad, callejeando se pueden descubrir algunas fachadas que aún mantienen a la vista el recuerdo del conflicto.
Imágenes de un derrumbe.
Sin embargo, como siempre, las verdaderas heridas son las que permanecen ocultas a los ojos de los visitantes ocasionales. El alma de la ciudad continúa rota y la convivencia de sus habitantes está muy lejos de haberse normalizado. Entre la población hay una calma tensa. El desafío es constante entre los minaretes de la parte este y la colosal cruz que, desde la oeste, domina toda la ciudad. Fueron los "acuerdos de Dayton",en Estados Unidos, los que hicieron posible el fin de la guerra. La paz se impuso literalmente a todos los contendientes, obligándoles a aceptar un matrimonio de conveniencia. Este era el menor de los males para el conjunto de la República Bosnia-Herzegovina. Desde entonces, ambas comunidades cohabitan dándose la espalda continuamente, desconfiando y recelando la una de la otra. Tal es la situación que, para las autoridades de Mostar, el mero hecho decidir el nombre de una calle, o erigir un monumento en homenaje a una figura pública, se torna una cuestión muy delicada. Cualquier decisión podría herir susceptibilidades, en función de a qué comunidad religiosa perteneciese el sujeto en cuestión, y se podría romper el inestable equilibrio existente. Así transcurrió el día a día durante primera década de paz. Sin embargo, en los meses previos a que se cumplieran esos primeros diez años, algo pareció cambiar. 

Hay quien dice que la idea surgió de un joven profesor que regentaba un gimnasio de artes marciales, pero fueron dos escritores, Veselin Gatalo y Nino Raspudic, los que encabezaron el Movimiento Social que propuso la idea de levantar en la ciudad una escultura que pusiera de acuerdo de una vez por todas al conjunto de la población. El nombre propuesto causó estupor y cierto revuelo ya que no era otro que Bruce Lee. Ciertamente, su elección como figura universal es más que discutible (de hecho, fue elegido frente a otras propuestas a priori de más peso como Gandhi o Juan Pablo II), y fue su aparente nula vinculación con la zona lo que hizo que tras dos años de negociaciones, se lograra el consenso, la financiación y los permisos para sacar adelante el proyecto. Primó en el éxito de la propuesta que el actor, al no estar enfangado en ninguna de las muchas guerras que se dieron en Bosnia, ni asumir un credo religioso específico, podría representar para cristianos y musulmanes los valores de la justicia, el orden, la tradición y el respeto, que la ciudad necesitaba para afrontar la reconciliación con buenas expectativas. 

Así fue como el sábado 26 de noviembre de 2005 se erige la primera estatua del mundo en honor a Bruce Lee para celebrar los diez años del fin de la guerra de un país del que el homenajeado jamás oyó hablar. Es más, de hecho, ese país ni existía durante su vida. La ceremonia de inauguración fue un éxito. Estuvo cubierta por prensa internacional, hubo representación institucional china y alemana y, como no podía ser de otra manera, una exhibición de Artes Marciales. Incluso se llegó a invitar a la misma a Linda Lee, pero desgraciadamente esta no pudo acudir. 

La estatua estaba esculpida en bronce, a tamaño real, y se dispuso en una posición defensiva mirando al norte. Se pretendía con ello lograr dos cuestiones. La primera, evitar cualquier sensación de amenaza al verla, y la segunda -la más importante y que refleja cómo era la convivencia en Mostar- evitar afrentas entre las distintas comunidades localizadas en la ciudad ya que orientada en esa dirección no parecería defender a ningún barrio frente al otro. Por fin, Mostar había logrado ponerse de acuerdo por encima de sus diferencias étnico-religiosas. Sin embargo, lo verdaderamente reseñable ocurrió al día siguiente. 

Domingo 27 de noviembre, día del nacimiento de Bruce Lee. En Hong Kong, lugar de su fallecimiento, se inauguraba, con aparentemente más sentido y clamor popular, otra estatua en su memoria. Lamentablemente para la organización, por horas fue la segunda de la historia y no la primera tal y como se pretendía desde un principio. Pero más lamentablemente aún, en Mostar, la primera amanecía seriamente vandalizada. Todas las buenas intenciones, el trabajo de años y el juego de equilibrios y valores que se personificaban en la figura del actor fueron atacados. El estado en que quedó era tal que hubo de ser retirada prácticamente de inmediato. No duró expuesta ni un solo día. Tuvieron que pasar varios años hasta que, por fin restaurada, pudo volver al Parque Zrinjski. Allí está desde 2013. 
Abril 2016 en Mostar
Cuando llegamos a Mostar, no nos costó encontrarla y menos aún sacarnos unas fotos con ella. Éramos los únicos que pretendían hacerlo. Lucía algo menos dorada de lo esperado, pero se mantenía a salvo de mutilaciones y agresiones indelebles varias, quién sabe si por el respeto y la madurez que dan el paso de los años o por la simple indiferencia y el desprecio que acompañan al rencor, el miedo y el resentimiento. Porque ¿qué puede hacer una simple estatua frente a todo el peso de décadas de recelos, de distintas formas de rezar y de la costumbre de culpar al otro de las desgracias que sufre uno?. ¿Cómo va a ayudar a solucionar nuestros problemas?. Hay que ser muy infantil para llegar a creer en algo así. Sin embargo, también puede ser tan solo una cuestión de tiempo. Porque, cuando nuestro mundo adulto se viene abajo, cuando no hay nadie a quien culpar y el enemigo no tiene ni credo ni idioma ni nación, es una suerte tener quien nos recuerde cómo actuar mientras nos señala el norte al que debemos mirar. Y esto ya lo dijo Rilke cuando escribió aquello de que "la verdadera patria es la infancia" y esa ni tiene religión ni idioma ni fronteras. Creo que tendremos mucha suerte si lo conseguimos recordar aquí en España al igual que lo han hecho en Bosnia pero, ya no solo durante este mes de Abril tan raro, sino también en lo que nos reste a cada uno de nosotros en este eterno confinamiento que es nuestra vida adulta. 
Abril 2020 en Mostar.