jueves, 25 de diciembre de 2014

MUCHA MIERDA

Llevo ocho años trabajando en una escuela de cine y, como no podía ser menos, sigo sabiendo al respecto lo mismo que cuando entré: Nada. Vamos, que no tengo ni puta idea. Joder, no sé si mi peli mi favorita es "Yo hice a Roque III" de Ozores o "Excalibur" de John Boorman.


Polifonditorris.

 De hecho, una de las pocas cosas que sé de cine- de teatro ya ni hablo- es el origen la expresión "Mucha mierda". Se acuñó esta frase como expresión para desear el éxito a una función ya que la mayoria del público asistente de la época solía desplazarse a la misma a caballo, o a burro que siempre hubo clases. Así, una concurrencia multitudinaria solía significar un alto número de detritus equinos a la puerta del local de marras dada la conocida, voluminosa y poco vergonzosa incontinencia del animal en cuestión. De ahí que lo de "mucha mierda" viniese a desear "mucho público" y éxito en general. (Por dios, que nadie me eche abajo esto que es mi momento cultureta de hoy.)

En definitiva, en casa de herrero, cuchillo de palo. Qué se le va a hacer, España y yo somos así, pero tal vez, justamente por eso, puede que mi opinión sea la que de verdad cuente a la hora de valorar una película. La inmensa mayoría del consumidor de cine habitualmente no sabe prácticamente nada de lo que hay detrás de él, nunca lee a Carlos Boyero y "Fotogramas" le suena a una revista de esas donde salen en portada Isabel Pantoja o el hijo de la Baronesa Thyssen.


Menudo montón de mierda no es lo mismo que "mucha mierda".


Sin embargo, sé perfectamente que el oficio de contar historias es más que necesario, que reafirma la memoria y aviva la imaginación. Nos recuerda que somos humanos e intenta enfatizar nuestra capacidad de empatizar, de conocer y de ver por otros ojos, cosa que día a día se hace más necesaria que nunca. Eso deberíamos saberlo todos.

Por una de esas extrañas circunstancias que unen y separan, me he decidido a escribir algo sobre dos compañeros de sinsabores laborales justo antes de que su sueño hecho realidad empiece a desfilar delante de millones de espectadores: Hoy es 25 de diciembre y mientras que una miriada de cartones se apilan grotescamente al pie de otros tantos contenedores desbordados, Juanfer y Esteban estrenan en el cine "Musarañas", su primer largometraje. Menudo regalo.

Hay un dicho que dice algo como que "sin padrino no hay bautizo", y más o menos ha sido así. Como el vino en la barrica, la solera la da el tiempo aprovechado. Aquellos folios mil veces reescritos, yendo de repisa en repisa, por fin se han plasmado en imágenes tras el trabajo y la sana locura de las ideas fijas y la constancia. El norte es el norte pese a que la incertidumbre nos haga dudar hacia donde dirigirnos. Les admiro por eso, ojalá yo tuviese la mitad de su determinación y un cuarto del valor demostrado para afrontar un reto semejante. Fruto de ello y gracias a esos golpes de timón que nos da el azar, el proyecto va avalado por grandes nombres, apellidos famosos delante y detrás de las camaras, así como cantidades importantes de dinero. Bienvenidos sean. Todo ello es fundamental pero no imprescindible, lo importante es la historia presentada y cómo se cuenta, el talento y no la negociación, el triunfo de la insensatez de la valentía frente a la prudencia de la cobardía y el saber aprovechar las oportunidades que el tesón te puede llegar a ofrecer.

Tuve la suerte de poder asistir a la "Premiere" hace unos días y espero poder repetir la experiencia en apenas unas horas; quiero volver a sentirme un guiñapo; sufrir de nuevo mientras juegan con mi empatía, mi odio, mi rechazo y mi comprensión más absoluta. Es la vida misma la que se muestra ante nosotros. Quiero volver a perderme en ella, en esa mezcla sin sentido aparente de locura y orden que es el día a día de cada uno de nosotros, hojas zarandeadas en circulos perfectamente dibujados en el aire por una mano incansable e inaccesible.

Quiero volver a ver a Montse luciendo su vestido negro como una venda sobre los ojos más grandes a los que nadie ha querido asomarse jamás. Su historia es la nuestra, la osadía del silencio y el coraje del llanto. Quiero volver a palpar el desgarro de esas frases lanzadas al aire como cuchillos que se vuelven contra el que las pronuncia; asistir al espectaculo de lo insondable, del misterio del por qué todo pasa y todo vuelve; de la vida misma expuesta frente a nosotros de golpe y porrazo, cruda y fascinante.

La diferencia entre la risa y el llanto, entre el valor y el miedo, es la misma diferencia breve que hay entre una puerta que se abre y otra que se cierra, entre la inocencia y la culpabilidad, entre lo bello y lo horrible. Tal vez todo dependa de la mirada del espectador. Ahí radica el encanto de los ojos entreabiertos de Montse, de su languidez, de su vitalidad, de su fuerza, de su constante interrogante. Hasta que no veamos a través de ellos, no entenderemos nada de la vida, menos incluso que yo de cine.

A mis cuarenta años, no tengo ni puta idea, ni de una cosa, ni de la otra, solo quiero dar las gracias.

Gracias, Montse.



La vida juzga, nosotros no deberíamos.










martes, 25 de noviembre de 2014

EL VOTO OCULTO Y LOS PUROS DE JACINTO.


Conozco mucha gente que pasa de votar. Algunos no creen en la gestión del sistema electoral impuesto; otros afirman que contra el poder económico no hay democracia que valga; muchos practican la abstención activa y a bastantes simplemente se la suda todo esto. Yo, desde mi ignorancia, mi cortedad de miras e incoherencia vital, he votado casi siempre y, sin duda, lo volveré a hacer en los comicios municipales, autonómicos y generales que vendrán en el 2015.

Supongo que el que puso el cartel tampoco fumará.

Ya puestos a participar en su juego, tengo muy claro que si hemos de sacar algo en claro de esta época de crisis, cambios y desafíos, es que los votos se prestan, no se dan a perpetuidad, hay que ganárselos. Esto, por cierto, ya lo decía Don Julio Anguita, hace cerca de 20 años, cuando le atacaban afirmando que el incremento de sus votantes se basaba en el voto de castigo ocasional a Felipe González.


Desde comienzos de los ochenta, desde que la presunta democracia de la transición se instaló en este país, hemos soportado toda aquella cantinela del voto útil -que no era más que propaganda bipartidista-, el himno de una especie de nuevo turnismo de Cánovas y SagastaJacinto Benavente, dramaturgo español y premio Nobel,  ya nos conocía muy bien cuando afirmó que "en España se perdona todo menos el talento", y en política no iba a ser menos.


Jacinto era gay y fumador de puros, algo que no me parece casual.

Desde hace décadas el voto más determinante en la gran mayoría de comicios celebrados es el llamado voto oculto. No lo es tanto el de castigo, ni lo es el indeciso, ni el no sabe/no contesta o el voto en blanco. No es cosa baladí eso de avergonzarse de lo votado, decir una cosa y acabar votando otra. En política, como en la tele, muchos afirman ver los documentales de la 2 y al final la audiencia se la lleva la cotorra teñida discutiendo con el tucán de cejas perfiladas en Tele5. Por lo general, ese voto oculto -que no secreto- se traduce en el triunfo del partido en el poder, al lograr éste el perdón in extremis del votante gracias al chantaje del "más vale malo conocido que bueno por conocer". Nunca está de más volver a señalarlo en días de pre-campaña como estos, en los que hay una cantidad ingente de encuestas que aseguran que el bipartidismo va indefectiblemente a la tumba. Como podéis imaginar, yo no lo tengo tan claro, ya que solamente hemos de echar un poco la vista atrás y tirar de hemeroteca para ver que suele haber más ruido que nueces.


En las elecciones generales del 93, el voto oculto le dió la victoria inesperadamente al PSOE a pesar de multitud de sondeos que daban su derrota por segura. Tras una victoria clara que pocos esperaban, viendo los dientes al lobo, el líder socialista dijo algo así como "He entendido el mensaje". Efectivamente, pareció entender lo ocurrido a tenor de sus resultados en las siguientes legislativas porque en ellas, pese a sufrir la primera derrota frente a la derecha, su partido aumentó en 300.000 el número de votos totales respecto a los comicios anteriores. Nadie había sopesado esa posibilidad lo más mínimo, al menos en público, y eso que ya llovía sobre mojado. Así, el PP llegó al poder con una victoria paupérrima y Felipe González  declaró que era "la más dulce de las derrotas y la más amarga de las victorias". En las encuestas previas, la victoria conservadora se dibujaba aplastante y si de nuevo las expectativas no se cumplieron fue porque el voto oculto socialista se encargó de evitarlo. Los cálculos saltaron por los aires y los populares tuvieron que pactar con CIU para poder gobernar,  tragándose aquellos cánticos de la calle Génova la noche de la celebración de la victoria al son de "Pujol, enano, habla castellano". De este modo, tal y como habían hecho los socialistas en su última legislatura, el protagonista de la rima diminuta volvía a ser la clave de la gobernabilidad del país durante años de bonanza económica.


Es muy importante señalar que la clave del triunfo conservador fue la tremenda campaña mediática que se desarrolló en la época por parte de Cope, Antena3, El Mundo y ABC. Casi nada. Muchos lo recordaréis, la crispación que se sentía no desmerecía en nada a la que sufrimos actualmente. El PSOE estaba corrupto hasta la saciedad; había que regenerar España, librarla de Filesa, GAL, Antonio Guerra, Roldán y demás tropa embutida. Eso fue lo que realmente llevó al PP de Aznar, de la mano de Fraga, a superar por primera vez en su historia al partido que llevaba en el poder desde el 82, aunque solo fuera por unos escasos trescientos mil votos pese a haber mejorado en un millón y medio los resultados de las anteriores elecciones. Era por entonces cuando José María hablaba catalán, era un ser incorruptible y en su gobierno iba a tener un papel muy importante la figura de la mujer. La democracia cristiana europea tomaba el poder sin oler a rancio, con una sonrisa y con aires de renovación, alejada de la sotana y el ejercito.


A día de hoy, el PP en el gobierno ha logrado lo imposible, unir en la crítica a propios y extraños incumpliendo programa y promesas, viéndose marcado por la corrupción hasta el tuétano tal y como estaba el partido socialista décadas atrás. A pie de calle prácticamente nadie defiende la política gubernamental, o asegura que les vaya a votar de nuevo, y los palos mediáticos llegan desde un variado elenco de medios de diversas sensibilidades políticas. El partido parece que se dirige hacía un naufragio irremediable, un destino que parece compartir con el partido con el que ha alternado la gestión del gobierno en democracia. Pero yo esa cantinela ya me la conozco, el peso de la papeleta camino de la urna es a veces demasiado grande para no claudicar a los miedos que todos podemos llegar a sentir y más aún cuando lo que se pone en solfa no es ya el partido, sino las reglas del juego que posibilitan esa paz de los cobardes que es el bipartidismo, la única opción que hemos conocido en democracia. Me fío menos de las encuestas que del abre fácil del tetrabrick. Son interesadas, falseadas, inexactas y, sobre todo, están más dirigidas a condicionar que a informar.


Es ahora, más que nunca, cuando nos azuzan con ese traicionero sentir que es el perdón alimentado con el miedo de lo que vendrá y el sentimiento de culpa por la irresponsabilidad. No podemos seguir claudicando al chantaje emocional habitual. Yo ni olvido, ni perdono. Lo mire por dónde lo mire, no puedo pensar otra cosa. Se han ganado a pulso todo lo que les pase. Por mucho que seamos de una opinión u otra, de aquí o de allá, si no se les castiga electoralmente ya sabemos a qué atenernos. No solo hay que fiscalizar la gestión de los gestores y retirarles nuestro apoyo si no atienden a lo prometido o a la ley, hay que replantearse mucho más, que no se sientan con una posición asegurada pase lo que pase como han hecho hasta hoy los partidos acostumbrados a gobernar tal y como se sentían los caciques en el turnismo decimonónico.


Tonto monta, monta  tonto.

El perdón es mal consejero para saber diferenciar la política de la oratoria. Si las dotes de la segunda no van acompañadas de la primera, al final todo lo vendido es humo y tendrán razón, una vez más, todos aquellos conocidos míos que prefieren quedarse en casa tocándose los cojones.

Y yo ya estoy hasta los mismísimos.



Joder.















jueves, 20 de noviembre de 2014

CATALUÑA, LOS CASTILLOS DE ESPAÑA Y EL ODIO A LA ESTUPIDEZ.


Brian Hall es un periodista americano que viajó por la antigua Yugoslavia -antes de que fuese antigua-, justo en los meses previos a su implosión. En su libro "El país imposible" describe un puzzle irresoluto formado por unas piezas sometidas a unas enormes presiones acumuladas que condenaban la zona a un estallido irremediable. 

En medio de aquellas tensiones el autor entrevistóAlija Izetbegovic, por entonces presidente musulmán de la república de Bosnia y Herzegovina, poniendo en su boca una antigua maldición local: "Que Dios te haga vivir tiempos interesantes" y eso es precisamente lo que está pasando aquí y ahora, en este maldito país aún llamado España. Muchas voces llevan casi una década denunciando nuestra balcanización, extrapolando causas e infortunios, en una comparación que creo mal interesada, injusta y alarmista pero que, no por ello, nos ha de impedir ver que un final traumático es tan real como la vida misma en todas las latitudes del globo.



Alija,  haciéndose el interesante en Sarajevo.


Ciertamente, estos son tiempos interesantes, tiempos de crisis, de grandes preguntas y escasas respuestas. Nos hallamos en plena segunda transición. La tan cacareada democracia española se está viendo sometida a su mayor examen -si es que alguna vez tuvo alguno importante- ya que el corsé impuesto con la Constitución del 78 ya no realza en lo más mínimo nuestras virtudes, sino que las ahoga al haber quedado sus medidas claramente obsoletas. 


Se puede discutir como afrontar este problema y muchas son las voces que reclaman un cambio, tanto desde la derecha como la izquierda.  ¿Se ha de buscar profundizar el camino abierto años atrás o, por contra, debemos volver al pasado previo a las novedades que articularon este país en un sistema de comunidades, competencias y un supuesto respeto a la pluralidad? ¿Queremos seguir avanzando en lo que nos diferencia de Portugal y Francia, países vecinos y de los más centralistas de Europa, o preferimos parecernos más a ellos?. La opinión pública, los medios de masas y los más minoritarios parecen
  apuntar a que la voluntad popular se inclina hacia una reforma Constitucional como solución a todo este embrollo carpetovetónico de mamandurrias, enchufes, chorizada general y berlanguismo absoluto. Sin embargo, eso puede ser tan arriesgado como abrir la Caja de Pandora, intentar resolver el nudo gordiano con un mondadientes, o hacer como el tonto: mirar el dedo en vez de admirar la luna. Como dijo Lampedusa "cambiarlo todo para que nada cambie".

Frente a toda esta riada de huidas hacia adelante, frenazos en seco y la marcha atrás como medida profiláctica,
hay quien discrepa frente a unos y frente a otros. El ex-coordinador de Izquierda Unida, Julio Anguita,  lleva lustros señalando que el problema de la actual Constitución radica en la aplicación interesada de la misma, ya que no se ejecutan muchos artículos claramente explicados -como son el de la vivienda o el trabajo dignos bajo vigilancia y protección estatal en pos del interés general-, mientras que solo se recurre a la ley de leyes cuando interesa mantener el estado de las cosas en su sentido más conservador e inmovilista, como es el caso catalán a día de hoy. Tal vez el califa ( el califa no es traidor) apunte una clave muy útil para poder entender algo en estos días inciertos, en los que multitud de aspectos económicos, territoriales, fiscales, electorales y de todo tipo, se ven sometidos a una crítica feroz. Tal vez por eso, seguramente sea menos importante el "qué" comparado con el "cómo".










Como he apuntado anteriormente,  si hay una cuestión que aúna todo este desaguisado es, sin duda, la cuestión nacional, tanto la catalana como la española.  Asunto éste que, dicho sea de paso, suele ser más proclive a saltar a la palestra cuando, ya sea en Madrid o Barcelona, la bonanza económica es agua pasada y dos simples colores, en un número diferente de barras, hacen de salvavidas en un naufragio. Tanto Rajoy apelando a la inconstitucionalidad de la consulta catalana, como Artur Mas defendiendo la legalidad de su propuesta,  no quieren solventar ningún problema, sino todo lo contrario.  Desean crear uno cada vez más grande buscando su propio beneficio. Ni Cataluña, ni España, ni la Constitución, pintan nada realmente, son solo excusas, argumentos falaces en pos de unos intereses personales y partidistas. Ya quedó muy atrás el tiempo en el que los políticos realmente intentaron preocuparse por resolver los diversos problemas que acuciaban la salud de este país.



Ortega y Azaña eran enemigos íntimos pero al menos sí intentaron algo de verdad.


Uno de ellos fue Ortega y Gasset que, en pleno debate por el Estatuto Catalán durante la segunda república española, utilizó el termino "conllevar" para describir la relación de Cataluña con el resto de España. Según él, básicamente, el problema, el hecho diferencial de aquellas tierras, no tenía solución posible porque los catalanes son insaciables y no se conforman con nada. Por eso, ante esta cuestión no hay arreglo posible, tan solo una eterna huida hacia delante. A Cataluña hay que "conllevarla". Frente a su postura, Azaña, valedor del Estatuto, defendía que pensar que no hay solución para un problema es parte de lo segundo y no de lo primero. Según él, las novedades y ventajas que suponía dicho Estatuto, facilitarían un mayor entendimiento entre las partes y, sin duda, harían de Cataluña el motor de la España moderna que quería implantar el régimen del 31. Lejos quedan ya aquellos días y el debate parece seguir sigue abierto. Digo parece, porque sinceramente creo que está más que cerrado ya, que ya no hay marcha atrás y la proclamación del estado catalán independiente es algo próximo e inevitable.

A España entre todos la mataron y ella sola se murió. Unos por celos y otros por recelos. Yo tengo claro que la mayor fábrica de independentistas en democracia ha sido el PP y su postura desde la segunda legislatura de Aznar, después de que dejase de hablar catalán en la intimidad de su Botella y abandonase aquella sonrisa conciliadora y de dialogo frente al oponente político. Sin embargo, siempre bajo mi punto de vista, a eso hay que sumarle la postura timorata del PSOE que tras aquella promesa de Zapatero se ha preocupado más de no perder votos a nivel nacional, que de explicar sin ambages su postura ante el hecho catalán. El amor al poder y el miedo a perderlo son demasiado grandes. Se supone que el militante, y hasta el simpatizante socialista, podría entender perfectamente un federalismo asimétrico. Se supone, no se garantiza, claro. Y así les va, tanto a nivel estatal como en Cataluña. A buenas horas, mangas verdes. 


Creo que en esta cuestión, del PP no se puede esperar nada para solucionar el problema, tan sólo castigo y anquilosamiento. Del PSOE sí se podría haber esperado algo distinto pero, una vez más, son la gran desilusión para el que aún les crea, aunque sea un poco. España ha fracasado, mejor dicho, la han hecho fracasar tanto por la derecha, como era de esperar, como por la izquierda, como viene siendo habitual. 


España es un despojo,una basura, un timo. ¡Pobre España!. Eres algo inservible, vacío y carente de sentido. Muchos de mis amigos y conocidos me confiesan abiertamente que identifican a este país con el latifundio, la caza y el cortijo, el robo, la sotana y el la maté porque era mía; con el adn de la explotación estamental, la corrupción institucionalizada, la vergüenza, la penitencia, la desesperanza, el yugo, la mentira
y el "vivan las cadenas". Un panorama desolador.



Feísmo español, ética y estéticamente.

  

No les culpo, ¿cómo lo voy a hacer?. Sin embargo,  me niego a comulgar con ruedas de molino y si en muchos, muchísimos aspectos, el día a día les arma de razones, la conversión del tópico en axioma les sigue restando discurso, al menos ante mis ojos. Y no por ser la postura fácil ha de ser la más cómoda de admitir. Como muestra, un botón.

 
En la Semana Santa de 2011,  acompañé a unos amigos en su gira por el sur de Francia con sus bandas de grind core y punk. Nos conocemos desde hace ya bastantes años y todos sabemos de que pie cojeamos cada uno. En un momento dado
, entre las habituales charlas cargadas de cervezas y humo, surgió una discusión sobre el carácter vago y desorganizado de los españoles. Un muy buen amigo argumentaba, entre carcajadas rotas por la tos, que la vagancia española era internacionalmente reconocida, mérito que venía ya de lejos. Su comentario vino justificado por una anécdota que le sucedió años atrás en otra gira, esta vez por el norte de Francia. La cuestión es que unos lugareños, supuestamente hablando del carácter español reacio al esfuerzo, le habían explicado que la expresión francesa de origen medieval "construir castillos en España" quiere decir que algo es imposible. Así de fácil. Esa era la prueba irrefutable a la que se agarraba mi compañero y que  la mayor parte del grupo parecía dar por buena. La cosa continuó y llegó un punto en que el interlocutor se envalentonó  llegando a afirmar que, por esa razón, "en España no hay castillos" y que los españoles siempre hemos sido unos vagos y unos putos inútiles, y eso se sabe por lo menos desde la Edad Media.


Quién me conozca bien, sabe que soy un firme enemigo de los putos tópicos. Y eso de que los españoles son vagos no deja de ser otro más. Un poco de rigor, que no todos somos andaluces. Lógicamente, yo salté de inmediato diciendo, gritando más bien, que aquello era una gran gilipollez, de hecho, si la mayor parte de España se llama "Castilla" será por algo. He de reconocer que me sentí realmente ofendido porque, lo que era una supina tontería, era aceptado como prueba del delito por la mayoría del grupo Bueno, el tema quedó así, yo malhumorado por aquel argumento sin sentido y con la frase "construir castillos en España"  grabada a fuego en la memoria. 



Los protagonistas de la discusión, delante de un bar precisamente llamado "Los andaluces".


La gira concluyó y meses más tarde, de vuelta en Madrid, haciendo una de las cosas más interesantes que se pueden hacer en la Capital -es decir, tomarse unas cañas-, me encontré con un periódico destinado a estudiantes guiris en el foro. Como ya llevaba tres rubias de más, me arranqué a hojear el panfleto pese a que estuviera redactado en inglés. Cual fue mi sorpresa cuando allí me encontré la historia culpable de que os esté contando este ladrillazo. 


Resulta que, en el Siglo XIII,  un escritor francés llamado Guillaume de Lorris, compuso un poema  titulado "Roman de la Rose" que era la típica historia de amor cortés, una tragedia plena de aventuras y desazones. En un momento dado, el protagonista afirmó en medio de las continuas adversidades que le sucedían -secuestro de su amada incluido-  que "lo único que quería era rescatar a su amor e irse a levantar un castillo en España para vivir feliz por siempre", cosa imposible.



Roman, bailar pegados no es bailar.


La obra fue un éxito rotundo y fue traducida a varios idiomas en los siglos venideros, incluido el inglés en el s. XVI. De ahí que la expresión "construir castillos en España" quedase en varios países, como Francia o Inglaterra, como sinónimo de "ensueño" o "plan imposible", lo que vendría a ser nuestro "construir castillos en el aire". España, en la Edad Media, se veía como un país muy exótico, lejano, misterioso, con continuas luchas religiosas, a medio camino entre Oriente y Occidente, entre la fe cristiana y el Islam amenazador. Por eso era el destino elegido para perderse por nuestro romántico héroe.  Allí, lejos de todos, pretendía olvidarse de los enemigos que le separaban de su amor y, como buen caballero que era, tan sólo ansiaba levantar un castillo donde yacer incansablemente. Quién le iba a decir a Roman de la Rose que su amor por estas latitudes iba a ser transformado en un ejemplo más del desprecio y odio que muchos de los que las habitan en la actualidad sienten por ellas. Por ello, permitidme finalizar diciendo que hasta para odiar hay que saber porque si no se conoce realmente al enemigo tal vez se tenga más en común con él de lo que gustaría y yo ya estoy cansando de tanta esquizofrenia colectiva, ya sea española, vasca o catalana.


























martes, 28 de octubre de 2014

Aquel secarral de mierda

Cada vez que cruzo Castilla admiro sus campos inabarcables, verdes, ocres y dorados, que visten a España como un viejo mandilón remendado. Son las galas de una vieja piel de toro, que comienzan a rasgarse por las costuras de los zurcidos, desnudando la vergüenzas de los vencedores y de los vencidos.

Pero no siempre fue así. Desde la fugaz platea que me lleva por estas rectas abandonadas, recuerdo el desprecio que sentía por esta parte de mi infancia. El calor, el polvo y el tedio en medio de la nada. La añoranza del musgo y el cielo gris de un niño aburrido en verano. De vez en cuando, de entre el olor a corral y establo, repicaban en la campana de la Iglesia los perdigonazos certeros de algún adolescente cansado de cazar gorriones. Empachos de zarzamoras y paseos acompañando al ganado al abrevadero. Latas oxidadas por el camino y noches de apuestas perdidas para ir al cementerio.

Continúo mi viaje absorto en el paisaje transformado en recuerdos. Las casas de adobe, madera y piedra; el perro de mis abuelos; los gatos; la distancia insalvable con mis primos mayores; las borracheras de los adultos y mi primera cerveza que también fue mi primer hurto.

 Todo aquel desprecio se ha vuelto del revés, y hoy me he sorprendido disfrutando del desconocido verde de la cebada a medio brotar, del campo arado por trazos paralelos como sinónimos, del asombroso espectáculo de lo que siempre ha estado ahí a falta de tener la capacidad para admirarlo.

Hoy me he dado cuenta de que ya no soy un niño, y puedo saborear mi viaje, sin saber qué habrá al final del camino.




viernes, 5 de septiembre de 2014

La última noche de agosto.



La brea del asfalto supura el calor del día como el lamento de un penitente al aliviarse de su carga. El aire está muy cargado y la acera luce el manto ocre a medio zurcir de las hojas rendidas al ocaso del verano.

Apenas me cruzo con unas pocas sombras por la calle. Caminan deprisa, creo que de la mano de alguna carcajada no muy convencida. Pasan a mi lado pero ni me inmuto. Llevo ya un buen rato caminando ensimismado, puede que horas. Se me había olvidado el inmenso placer de un paseo por Madrid y me agarro a él como un naufrago a un salvavidas. La noche me sorprende deambulando, con los brazos escondidos en la espalda, en una postura que comparto con mi hermano pero que no tengo muy claro de que parte de la familia sacamos. Escucho mis pisadas rebotar en las paredes ya que apenas hay tráfico por la deserción urbanita en masa. Mañana, los coches invadirán las vías ahora prácticamente vacías, y aquellas hojas desaparecerán entre los pies de la pléyade de administrativos somnolientos camino hacia cualquier oficina de los rascacielos que me rodean.

Disfruto de cada paso, de cada detalle de una ciudad que tenía abandonada de un modo muy injusto. Los setos resecos que adornan los portales parecen ansiar la despedida del calor veraniego que aún les asfixia en este septiembre recién comenzado. Continúo mi camino alumbrado por el neón, resquebrajado entre las esquinas, esparciéndose sobre los grandes ventanales que me escoltan en esta avenida desierta por la que me dejo perder entre la penumbra de mis recuerdos. No puedo evitar sentirme igual de libre como cuando, por estas mismas fechas pero con veinticinco años menos, me zambullía en el mediterráneo, a medianoche, desnudo y a solas. La escasa luz de la playa se mezclaba con el nácar rompiente de las olas al adentrarme en aquel imponente manto negro. Yo sonreía desde el silencio, perdido entre una oscuridad casi perfecta, tan sólo rasgada por los pequeños faros de las embarcaciones ancladas a mi alrededor. Era entonces cuando disfrutaba de una paz y libertad tan grandes como el mar que me abrazaba calmando mis angustias adolescentes. Justo como hoy, pero a quinientos kilómetros y miles de noches de distancia, en la inmensidad de una avenida inacabable en la ciudad que nunca me niega el sosiego de una oportunidad más.

Cómo te quiero, Madrid.





jueves, 3 de julio de 2014

ALTA FIDELIDAD

No entiendo mi vida sin música. Es la droga más acojonante que he probado, capaz de levantarme del suelo las veces que haga falta o de calmarme cuando soy presa de la incertidumbre. A veces creo que es ella la que me escucha, cuando debería ser al revés. Supongo que esto nos pasa a muchos; vivimos nuestra vida como una buena película, de esas en las que la banda sonora es tan importante como lo que se cuenta. Sin ella, ni se entendería, ni se podría sentir de verdad.

Los mayores logros de mi vida, las mayores decepciones, todos los momentos que me han marcado, tienen una canción de la mano. Pueden pasar muchos años, pero cada vez que la melodía en cuestión llega a mis oídos, los recuerdos y las sensaciones emergen de entre los montones de neuronas muertas. Creo que nunca seré capaz de dar las gracias a esa caja de música que cuando se abre me recuerda por qué soy como soy, lo que me ha costado, lo que he llorado y lo que he reído.


En algún lado leí algo así como "Cada uno se jode la vida como quiere y a mí me la jodió Eskorbuto". He hecho esa frase mía, y no creo que se pueda tomar menos en serio que otros axiomas al respecto del triunfo en la vida, tales como "haber estudiao" o "se empieza por el porro y se acaba en la droga". "O corriendo el Tour de Francia", añado. 


De mañaneo, en plan tranquilo y tal. El Apocalipsis. 


Sea como fuere, las raíces de mi fracaso tal vez se hundan más profundamente. En mi niñez compartía habitación con mi hermano pequeño. A la hora de irnos a la cama, nuestros padres, en vez de leernos algún cuento, nos ponían cintas en uno de aquellos antiguos radio-casetes. No recuerdo bien si era rojo o marrón, tal vez incluso me lo esté inventando y lo confunda con algún trasto de mis abuelos que vivían enfrente, pero aquel cachibache funcionaba y proporcionaba el ambiente para que los hermanos González Gallego presentasen sus respetos a Morfeo.



Culpable.


El caso es que yo siempre quería escuchar música, mientras mi hermano Marcos prefería cuentos. Al final, un día era una cosa, y otra el siguiente. Cuando le tocaba a él, yo no tardaba nada en dormirme. La literatura, oral y escrita, sobre todo la narrativa, siempre ha tenido un magnifico efecto sedante sobre mí -y doy gracias a dios por que siga siendo así mucho tiempo más-.  Sin embargo; cuando el turno me correspondía, era justo al contrario. Aquellas notas y coros no hacían más que acelerarme. Tan sólo tras varios cambios de cara me ponía a planchar oreja, seguramente tan sudado como emocionado.



Suputamadre.


Las cintas en cuestión no tenían el más mínimo glamour. Yo no tengo la figura, tan habitual entre muchos de los hoy melómanos adultos, de ese ángel de la guarda (musical) en forma de un hermano mayor, o un tío enrollado en su defecto, que facilitara el acceso a discos molones desde muy temprana edad. Eso se lo dejo a la gente que de verdad tuvo esa suerte y a los que pretenden haberla tenido, esos que desde siempre han sido unos pioneros en el ridículo mundo de la élite musical del underground más sectario. En fin, que sois unos gilipollas; lo sois hoy, lo erais ayer y la cosa no hace más que empeorar.

A mí me molaba escuchar los putos pitufos cantando "Oh, Susana", canciones de series de televisión como "David el gnomo" o "Don Quijote" y los tremendos Enrique y Ana mandando un saludo a nuestro querido amigo Félix Rodríguez de la Fuente, bailando con un super disco chino-filipino o narrando las desventuras de una gallinita con peor futuro que la del logo de Avecrem.  Aunque no os lo creáis, yo era un niño normal.


Ana, antes de ser mujer. Justo como Enrique.



De por entonces, también guardo muy buen recuerdo de la televisión. Todas las generaciones infantiles tienen sus héroes, sus estrofas y sus programas favoritos respectivos. A mi me tocaron, entre otros, las maravillosas experiencias de Barrio Sésamo y los Teleñecos, ambos con continuos números musicales. Sin duda alguna, lo mejor eran las marionetas de Jim Henson. Siempre interpretaban temas desconocidos para mí, pero caía ante ellos rendido inmediatamente. Con mi bendita inocencia, más de una vez llegaba al colegio al día siguiente y preguntaba si alguien más había escuchado tal o cual canción. Supongo que no debía preguntar demasiado, ya que apenas recuerdo respuestas afirmativas, el caso es que ya de aquella se me ocurrían ideas geniales como "Voy a recordar bien esta canción. Nadie la conoce y cuando sea mayor, la tocaré yo diciendo que es mía. Fijo que me hago famoso como Parchís o Nins". Pasaron los años y la desilusión fue enorme cuando descubrí que mi infalible plan ya lo habían descubierto gentuza como el asqueroso de Luis Cobos o el casi olvidado Waldo de los Ríos. Mi abuelo, pese a tocar el clarinete, tenía un disco del tipo en cuestión. Nunca hablamos sobre ello.



En portada: sonrisita de Flanders, pelazo, batuta y bigote. En el estudio: a vivir del talento ajeno, resaca, putas y farlopa.




El lp que tenía mi abuelo. Waldo, por ojos y concepto portadil, de subidón total de buena mierda.

Creo que ya os he hablado de mi abuelo paterno Arcadio. Era un tipo interesante, de un carácter muy suyo marcado por la vida que le tocó vivir y la familia que le acompañó en el trayecto. Trabajó de todo pero se jubiló siendo bombero de la ensidesa que mantenía Avilés sucia y vivaA día de hoy, a mis 40 años, reconozco que me gustaría haber podido conocerle mejor. Sin apenas estudios, su casa estaba llena de enciclopedias Larousse y Espasa Calpe, así como de libros que yo de crío consultaba buscando cuestiones que me llamaban la atención. La mayoría eran temas de historia, pueblos antiguos y civilizaciones perdidas con unos dioses y héroes mitológicos, crueles y desconcertantes, que habitaban en enormes monumentos ocultos en selvas infranqueables o montes escarpados. Me pasaba horas en aquel salón, ojeando aquellos tomos pesados forrados en cuero que mi abuelo atesoraba junto a recuerdos de sus viajes y regalos de la jubilación. Sin embargo, si bien esos ratos me marcaron mucho, otros que llegaron un poco más tarde lo hicieron de un modo radicalmente distinto. Y es que mi abuelo tenía un equipo de alta fidelidad, creo que comprado en Andorra un poco antes de mi nacimiento. En él, empecé a escuchar los discos que cambiaron mi vida para siempre. Y de eso es de lo que hablaremos en otra ocasión.


Cuando crezca, le diré a Martina que el equipo de música de su padre, era de su bisabuelo. Como no me pague PIONEER por esta publicidad, no sé qué más hacer.










martes, 24 de junio de 2014

De la hoguera de San Juan al fuego Del Bosque.

Nunca me ha gustado el poco apego que siente la villa y corte de Madrid por el Carnaval, pero mucho menos aún comparto el desprecio con el que cubre e ignora condescendiente a la noche de San Juan. Tal vez sea porque el calor y la claridad de la luz, que nos ciega la mayor parte del año, aquí se venda igual de barato que en mi tierra la frescura del agua que no cesa de caer. Si sobre el empedrado de la capital los dias son eminentemente azules y abiertos, en el alfeizar que pende frente al cantábrico los días transcurren tan opacos como el gris de una losa sobre el musgo verdoso.

 La noche de San Juan es una noche mágica, la más corta del año, que sirve de marca para el arranque del verano, ese contexto ideal para el joven arrebato de vivir por el que es obligatorio y necesario pasar. En donde yo nací, es una de las mayores fiestas a pie de calle, tal vez por la raíz pagana de su origen celta, o porque bailar borracho a medianoche entre la oscuridad acuchillada por las llamaradas de una enorme fogata es un ritual tan adictivo, y poéticamente justo, como mirar la lumbre que templa una cocina en invierno. Hay algo entre las llamas, algo inevitable, que nos reclama a base del crepitar de la madera y el violento vaiven de la luz candente. Ahora mismo, mientras escribo estas lineas, en Avilés, en el Pantano de Trasona, se estarán reuniendo miles de personas alrededor de una gran pira. En breves, comenzará a iluminar los árboles y los rostros de cientos de euforicos amantes de la danza prima que apuran unos culines de sidra. Esta fiesta tiene algo de regenerador, de ciclo superado y etapa por afrontar, de vuelta a la vida, del triunfo de la luz sobre la oscuridad que se atisbaba en el Solsticio de invierno


La foguera de San Xuan: sexo, sidra y astur-folk.



 En este Madrid aún abierto, donde nadie es de fuera pese a todo y pese a tantos,  se pueden hallar versiones minúsculas del acontecimiento en cuestión repartidas por diferentes barrios, seguramente  traídas por madrileños de cuna lejana y recuerdos de inicios de verano al calor de la medianoche. No obstante, pese a lo simbólico, no logran dejar de ser algo superficial, minoritario, que apenas se vive, y que se observa por el común de las gentes de la capital con la mirada fugaz que lanzamos a un escaparate cuando vamos con prisa. 

Sin embargo, a diferencia de otras ocasiones, en esta noche parece que sí hay algo que se consume entre la vorágine de las llamas y el fervor popular, en una especie de sacrificio ritual inaudito donde tan sólo arde la madera talada de un árbol caído en algo tan mundano como es el fútbol.

Esta vida, que es un paradoja en sí misma,  ha hecho que coincida el último partido de la selección de fútbol en el Mundial de Brasil con la noche de San Juan. En Madrid, a falta de hogueras , el ambiente parece estar caldeado por esta enésima prueba de lo carpetovetónico del sentir general mediatizado, de la cruz con la que hemos de cargar en el devenir de la historia que nos empeñamos en vivir una y otra vez.

A estas alturas, a nadie se le escapa que el equipo que había de defender el título de campeón ha caído en la primera ronda, con sendas derrotas frente a rivales -Paises Bajos y Chile- derrotados en el camino hacia la victoria en el anterior campeonato; pero lo que es más grave, es que este ha sido uno de los mayores fiascos que se recuerdan a nivel deportivo en este país, sobre todo más por el triste juego que por el doloroso resultado.

Sea como fuere, de nuevo se abre la puerta por la que se cuelan sin pudor alguno nuestro amargo sentido del rencor, nuestro cainita instinto asesino y nuestra peor sombra agazapada tras años y años de triunfos y vítores generalizados. Es la invasión periódica de los oportunistas de siempre que buscan su triunfo en la derrota ajena a base de pescar en aguas revueltas. Ahora nada vale y, lo que en un momento fue oro, ahora ha de ser condenado a la hoguera.

Yo me niego a participar en algo tan miserable. Si tan claro era todo, si se veía venir ¿dónde estaban esos agoreros en la derrota de la copa confederaciones frente a Brasil hace apenas un año?.  No hace falta irse tan lejos, hace apenas cuatro meses todo el país estaba embobado con el final de Liga y Champions, pero prácticamente nadie aventuraba el desastre que estaba por llegar pese a que el Barcelona, espejo de la selección, parecía no carburar como antaño. Lo dicho, a toro pasado todo es más fácil. Como apalear a alguien que ha tropezado y se encuentra inconsciente en el suelo.

Si me dicen hace una década lo que iba a pasar con la selección de fútbol en el 2008, 2010, 2012 y 2014, lo hubiera firmado sin dudar. Si lo que acaba de pasar es algo inaudito, lo anterior también. La apuesta por un juego definido, el mismo que se defendía en los patios de colegio -donde el rey era el más hábil y no el más fuerte-, junto a  la confianza en sus embajadores, nos ha llevado hasta aquí. Dos Eurocopas consecutivas y un Mundial, casi nada. Yo sólo puedo agradecer a todos los involucrados que hicieran realidad el sueño de cuando era niño y veía a Italia, Brasil, Alemania, Argentina o Francia ganarlo todo.

¿Cómo no voy a estar agradecido si no logro olvidar por dónde hemos pasado y como nos han caído de todos los colores? A día de hoy, continúo sufriendo muchas de aquellas continuas desilusiones deportivas que eran televisadas puntualmente cada dos años. 

Mi primer encontronazo con la realidad del fútbol español se dio cuando yo tenía ocho años y estábamos camino de Denia en las vacaciones de 1982. Aquellos ridículos futbolísticos frente a Honduras o Irlanda del Norte bien deberíamos haberlos supuesto tras haber soportado aquella infame ceremonia inaugural  con gigantes esperpénticos, bailes regionales y una paloma de la paz que se negaba a volar en el Camp Nou. He de decir que guardo grato recuerdo de las promociones de Coca Cola de la època y, sobre todo, de Naranjito, la única fruta que ha sido mascota de un Mundial. De hecho, a éste último lo prefiero a cualquier creación de un diseñador freelance / Dj  de Malasaña a día de hoy. Le agradezco los servicios prestados y sus enseñanzas para el resto de mi vida. Por eso lanzo un justísimo y necesario "Naranjito: SÍ. Escuelas de diseño con bigotes como complemento: NO"

Pudo haber sido infinitamente peor. El feismo español no conoce límites.

Dos años más tarde, negando a George Orwell y su 1984, las cosas pintaban mejor. Con un grupo de jugadores renovado, sin el naranjito y con la flor de Miguel Muñoz en el banquillo, llegó el milagro contra Malta y con él, un billete a la Eurocopa de Francia donde, no sabemos muy bien cómo, eliminan a los grandes favoritos Dinamarca y Alemania.  Sin embargo, la aventura no tuvo final feliz en el Parque de los Príncipes ¿Quién ha olvidado el fallo de Arkonada, el ídolo de juventud de toda España a comienzos de los 80, en la falta tirada por Michel Platini?  Luis era un superhéroe para todos nosotros. No había otro portero en el imaginario colectivo de la EGB pese a que ahora se le recuerde injustamente por un frágil segundo frente a las horas y horas de reflejos desplegados, saltos inverosímiles y paradones de antología tanto en Liga como en este Campeonato. Pese a que se le recuerda poco, nunca se nos olvidará el "No pasa nada, ¡tenemos a Arkonada!"




A medio camino de Bruce Lee y la E.T.A.



En Méjico 86 Arkonada ya no estaba, había llegado Zubizarreta desde la orilla de la ría del Nervión. De nuevo vencimos a Dinamarca -que era la "Dinamita Roja" por el espectacular Mundial que estaban haciendo- gracias, entre otras cosas, a la exhibición de Butragueño; pero nada ha hecho olvidar cómo descubrí lo que era caer en los cuartos de final de un campeonato con el penalty fallado por mi esportiguista Eloy Olaya frente a Bélgica. Con la eliminación me incliné desesperado sobre el sofá que tanto picaba de la casa de mis abuelos, y hundí la cabeza un buen rato en aquella especie de Scotch Brite gris de dos metros. Creo que aún no me he dejado de rascar desde entonces. 


Yo no puedo estar sin él.


Supongo que estoy llorando demasiado, pero uno ya tiene 40 años y acumula bastantes derrotas sentidas en la infancia. Pero lo peor es que las muy putas no dejaban de aumentar, ni en la adolescencia, ni el los primeros años de mi supuesta madurez.  Los desencuentros balómpédicos parecían ir de la mano de mis continuas derrotas heterosexuales en la discoteca del pueblo. El desierto parecía interminable, pero me empeñaba en creer que la primera vez estaba más cerca.

Así llegó 1990 y el mundial de Italia, con Luis Suárez en el banquillo y Martín Vázquez luciendo bigote y pulseras de cuero. No se me olvidan ni el putapénico debut contra el Uruguay de Rubén Sosa y Francescoli, ni los comentarios tope gama imserso de Alfredo Di Stefano, ni del nuevo partido del adiós en octavos contra Yugoslavia. Sufrí los goles de Stojkovic, y el cabezazo al palo de Butragueño, en casa de un amigo mío que me ha asegurado que él no recuerda dónde lo vio. Yo, sin embargo, no puedo olvidar como de nuevo hundí mi cabeza en el sofá de su pequeño salón gritando como el nervioso adolescente que era. Justo como hacía cuatro años pero, gracias a su madre, sobre una tela mucho más suave.



El último bigote.



Apenas unos meses después, Yugoslavia dejaría de existir y, en medio de todo aquel follón balcánico, en casa, el problema vasco se nos hizo carne en el balón que siempre se negaba a entrar en las grandes citas. Javier Clemente tomaba las riendas del asunto, ayudado por José María García desde las ondas nocturnas. Así, frente a la España que iba de la mano de Michel "Me lo merezco" y resto de Quinta del Buitre, ahora se abogaba por valores tan futboleros como "la hora de los modestos" o "Vitamina C". Era 1994 y nos ibamos a USA.



La bomba atómica de butano.


He de reconocer que, frente a todo lo pasado en años anteriores, ver un equipo fuerte y serio, aunque no exento de técnica, nos hizo creer a muchos que podíamos competir de igual a igual contra selecciones tan físicas y ganadoras como Alemania, con la que empatamos con un churro gol mítico de Goicoetxea, o como contra Italia. Ésta llegó como las campanadas de la puerta del Sol, con los cuartos, que en vez de uvas trajeron el codazo de Tasotti, el fallo de Salinas, los goles de los Baggio: Dino desde fuera del área y Roberto en la típica contra italiana. Abelardo, otro esportinguista, se confió en demasía y vio como se le coló el balón entre las piernas. Para casa otra vez. Aquella nueva hostia me la llevé entre dos bares, el Rinconín de Rivero y El Culebru de la zona muerta, donde casi rompo el futbolín a base de patadas y dios sabe qué insultos.


Y luego os reís de la foto de las Azores.

Después llega Francia 98 y el espectáculo de Zubi contra Nigeria, el cerrojazo guaraní y la inútil victoria contra Bulgaria. Si ese Mundial acabó mal, lo mismo hice yo con la novia que tenía por entonces y en cuya casa vi la debacle. Una puta mierda todo. Clemente dimisión, joder.


Hodor.


Después aterrizó Camacho. Con el sobaco de España, nos fuimos a Corea 2002 donde sufrimos el peor madrugón de nuestra historia, de nuevo en cuartos, contra los anfitriones. Cuando salí de casa al acabar el partido, no recuerdo en mi vida haber visto tanta gente por la calle, tan de mala hostia y tan temprano. Sin embargo, creo que cualquier cosa que digamos palidece ante el que es el mayor atraco que yo haya visto en esto del futbol: El pase de nuestros verdugos frente a Italia en octavos. Siendo inenarrable lo acontecido es de obligada lectura el reportaje que sobre el árbitro del robo, Byron Moreno, ha publicado Jot Down. Yo, como buen españolazo, me alegré de la desgracia azzurra en vez de poner mis barbas a remojar. Mejor lo hubiera hecho. 



Corea del Norte es la buena para la inmensa mayoría de los españoles.


Nos costó recuperarnos, pero al Mundial de Alemania 2006 fuimos con Luis Aragonés, una selección renovada y una idea nueva, pero como era habitual caímos en octavos contra una Francia que los de siempre daban por acabada. Yo viví aquella nueva pesadilla en pleno Madrid, en un bar en bilbao del que me fui sin despedirme y creo que sin pagar las cervezas que me bebía entre grito y grito.



Bocachanclismo nacional.

Y así fue cuando llegó el "donde dije digo, digo Diego" más importante de la historia del fútbol nacional. A pesar de las afirmaciones previas al torneo de Luis Aragonés, en las que adelantó que abandonaría su cargo si no se alcanzaban las semifinales, fue ratificado en su puesto por los directivos de la Federación Española para afrontar la clasificación para la Euro 2008. Lo que tuvo que aguantar el sabio, con o sin razón, fue cosa fina.



Hubo mil como éstas.



El resto es historia. Lo importante es que dejamos a un lado el tópico de la furia, el toro y demás recursos de casta y gónadas, y los sustituimos por el control, la auto-confianza y la cabeza fría para competir y acabar consiguiendo lo inimaginable. Pero eso espero que no se nos haya olvidado. Habrá quién reclame la vuelta del espíritu de Gómez de Zamalloa que fue un victorioso general del muy español ejército alzado el 18 de Julio de 1936. En plena posguerra española, y tras acabar la Segunda Guerra Mundial en la que tomo parte en la División Azul, este Coruñés de papada incipiente estaba acompañando a la selección que se enfrentaba en un partido amistoso en Zurich a la Suiza local. Minutos antes de comenzar el encuentro, nuestro líder bajó al vestuario y soltó una frase que quedaría para la historia. En definitiva, el castrense personaje señaló una fórmula táctica que había de ser la del éxito en aquel partido: " Y ahora, ya lo sabéis: ¡¡¡Cojones y Españolía!!!!". Una pena que aquella furia roja sólo lograse el empate a tres. Supongo que los que hoy se tiran al cuello de los jugadores y de Vicente del Bosque, son los mismos que se cuadrarían ante el general en vez de seguir el ejemplo de PahiñoComo él, yo no me considero un héroe -al contrario de como debía verse el ínclito Gómez a sí mismo-, sino un tipo normal que ve lógico preocuparse por la época que le ha tocado vivir. 




La España , con papada, que nunca morirá.



Suelo posicionarme políticamente sobre lo que pasa a mi alrededor, con más o menos coherencia, y me gusta conocer e informarme sobre hechos y personas. Sin embargo, ni la política, ni el proselitismo, son mi vida.

Del mismo modo, veo normal entretenerme y olvidar la época que me ha tocado vivir. Me gusta hacer deporte y disfrutar, tanto de pachangas con amigos, como de las competiciones del mundo profesional. Sin embargo, ni mi equipo, ni ninguna camiseta en particular, son mi vida. Adoro el Mundial de fútbol, donde puedo seguir un Sudáfrica-Arabia Saudí con el mismo interés que un Argentina-Alemania.

Lo que no veo normal es que haya gente que no pueda concebir que ambas cosas se puedan combinar.


Ni animar a la selección te convierte en un fascista cejijunto, ni en un descerebrado al que se la sopla todo lo que nos están robando. Del mismo modo, desear su derrota tampoco te convierte ni en un ejemplo de antifascismo, ni en un partisano contra las grandes corporaciones que nos tienen bien cogidos por la huevera.

He sido uno más delante de la tele esperando poder disfrutar de una victoria en el puto mundial de Brasil. No ha sido así, y nos hemos venido abajo, pero nunca perdí la esperanza de ganar jugando maravillosamente, para que los españolazos oportunistas de siempre, esos con alma de aizkolari, se tuviesen que guardar un poco más el hacha con la que querían hacer leña del árbol caído. No pudo ser  y eso es justamente lo que se está haciendo, como era de esperar.

Con todo lo que nos ha dado esta manera de jugar, con la de palos que nos hemos llevado en el pasado un poco más lejano, en vez de morir fieles a sus protagonistas y acompañarles en la derrota, ya se les está recriminando y humillando como si no hubiesen logrado nada. Seguimos siendo taifas cainitas, injustos, vengativos y envidiosos, buceando en la desmemoria interesada hasta en esto. 

Ojalá Vicente Del Bosque continúe hasta la Eurocopa y sigamos con el mismo estilo, que nos lo ha dado todo, añadiendo los retoques necesarios para continuar con esta idea en una versión mejorada. Ya solo nos falta aprender de las derrotas y aplaudir a los vencidos, pero esto se me antoja más complicado de conseguir. Más incluso de que en Madrid se viva la noche de San Juan como la vivía yo de niño, que es como sigo sintiendo el puto Mundial cada cuatro años.