martes, 24 de junio de 2014

De la hoguera de San Juan al fuego Del Bosque.

Nunca me ha gustado el poco apego que siente la villa y corte de Madrid por el Carnaval, pero mucho menos aún comparto el desprecio con el que cubre e ignora condescendiente a la noche de San Juan. Tal vez sea porque el calor y la claridad de la luz, que nos ciega la mayor parte del año, aquí se venda igual de barato que en mi tierra la frescura del agua que no cesa de caer. Si sobre el empedrado de la capital los dias son eminentemente azules y abiertos, en el alfeizar que pende frente al cantábrico los días transcurren tan opacos como el gris de una losa sobre el musgo verdoso.

 La noche de San Juan es una noche mágica, la más corta del año, que sirve de marca para el arranque del verano, ese contexto ideal para el joven arrebato de vivir por el que es obligatorio y necesario pasar. En donde yo nací, es una de las mayores fiestas a pie de calle, tal vez por la raíz pagana de su origen celta, o porque bailar borracho a medianoche entre la oscuridad acuchillada por las llamaradas de una enorme fogata es un ritual tan adictivo, y poéticamente justo, como mirar la lumbre que templa una cocina en invierno. Hay algo entre las llamas, algo inevitable, que nos reclama a base del crepitar de la madera y el violento vaiven de la luz candente. Ahora mismo, mientras escribo estas lineas, en Avilés, en el Pantano de Trasona, se estarán reuniendo miles de personas alrededor de una gran pira. En breves, comenzará a iluminar los árboles y los rostros de cientos de euforicos amantes de la danza prima que apuran unos culines de sidra. Esta fiesta tiene algo de regenerador, de ciclo superado y etapa por afrontar, de vuelta a la vida, del triunfo de la luz sobre la oscuridad que se atisbaba en el Solsticio de invierno


La foguera de San Xuan: sexo, sidra y astur-folk.



 En este Madrid aún abierto, donde nadie es de fuera pese a todo y pese a tantos,  se pueden hallar versiones minúsculas del acontecimiento en cuestión repartidas por diferentes barrios, seguramente  traídas por madrileños de cuna lejana y recuerdos de inicios de verano al calor de la medianoche. No obstante, pese a lo simbólico, no logran dejar de ser algo superficial, minoritario, que apenas se vive, y que se observa por el común de las gentes de la capital con la mirada fugaz que lanzamos a un escaparate cuando vamos con prisa. 

Sin embargo, a diferencia de otras ocasiones, en esta noche parece que sí hay algo que se consume entre la vorágine de las llamas y el fervor popular, en una especie de sacrificio ritual inaudito donde tan sólo arde la madera talada de un árbol caído en algo tan mundano como es el fútbol.

Esta vida, que es un paradoja en sí misma,  ha hecho que coincida el último partido de la selección de fútbol en el Mundial de Brasil con la noche de San Juan. En Madrid, a falta de hogueras , el ambiente parece estar caldeado por esta enésima prueba de lo carpetovetónico del sentir general mediatizado, de la cruz con la que hemos de cargar en el devenir de la historia que nos empeñamos en vivir una y otra vez.

A estas alturas, a nadie se le escapa que el equipo que había de defender el título de campeón ha caído en la primera ronda, con sendas derrotas frente a rivales -Paises Bajos y Chile- derrotados en el camino hacia la victoria en el anterior campeonato; pero lo que es más grave, es que este ha sido uno de los mayores fiascos que se recuerdan a nivel deportivo en este país, sobre todo más por el triste juego que por el doloroso resultado.

Sea como fuere, de nuevo se abre la puerta por la que se cuelan sin pudor alguno nuestro amargo sentido del rencor, nuestro cainita instinto asesino y nuestra peor sombra agazapada tras años y años de triunfos y vítores generalizados. Es la invasión periódica de los oportunistas de siempre que buscan su triunfo en la derrota ajena a base de pescar en aguas revueltas. Ahora nada vale y, lo que en un momento fue oro, ahora ha de ser condenado a la hoguera.

Yo me niego a participar en algo tan miserable. Si tan claro era todo, si se veía venir ¿dónde estaban esos agoreros en la derrota de la copa confederaciones frente a Brasil hace apenas un año?.  No hace falta irse tan lejos, hace apenas cuatro meses todo el país estaba embobado con el final de Liga y Champions, pero prácticamente nadie aventuraba el desastre que estaba por llegar pese a que el Barcelona, espejo de la selección, parecía no carburar como antaño. Lo dicho, a toro pasado todo es más fácil. Como apalear a alguien que ha tropezado y se encuentra inconsciente en el suelo.

Si me dicen hace una década lo que iba a pasar con la selección de fútbol en el 2008, 2010, 2012 y 2014, lo hubiera firmado sin dudar. Si lo que acaba de pasar es algo inaudito, lo anterior también. La apuesta por un juego definido, el mismo que se defendía en los patios de colegio -donde el rey era el más hábil y no el más fuerte-, junto a  la confianza en sus embajadores, nos ha llevado hasta aquí. Dos Eurocopas consecutivas y un Mundial, casi nada. Yo sólo puedo agradecer a todos los involucrados que hicieran realidad el sueño de cuando era niño y veía a Italia, Brasil, Alemania, Argentina o Francia ganarlo todo.

¿Cómo no voy a estar agradecido si no logro olvidar por dónde hemos pasado y como nos han caído de todos los colores? A día de hoy, continúo sufriendo muchas de aquellas continuas desilusiones deportivas que eran televisadas puntualmente cada dos años. 

Mi primer encontronazo con la realidad del fútbol español se dio cuando yo tenía ocho años y estábamos camino de Denia en las vacaciones de 1982. Aquellos ridículos futbolísticos frente a Honduras o Irlanda del Norte bien deberíamos haberlos supuesto tras haber soportado aquella infame ceremonia inaugural  con gigantes esperpénticos, bailes regionales y una paloma de la paz que se negaba a volar en el Camp Nou. He de decir que guardo grato recuerdo de las promociones de Coca Cola de la època y, sobre todo, de Naranjito, la única fruta que ha sido mascota de un Mundial. De hecho, a éste último lo prefiero a cualquier creación de un diseñador freelance / Dj  de Malasaña a día de hoy. Le agradezco los servicios prestados y sus enseñanzas para el resto de mi vida. Por eso lanzo un justísimo y necesario "Naranjito: SÍ. Escuelas de diseño con bigotes como complemento: NO"

Pudo haber sido infinitamente peor. El feismo español no conoce límites.

Dos años más tarde, negando a George Orwell y su 1984, las cosas pintaban mejor. Con un grupo de jugadores renovado, sin el naranjito y con la flor de Miguel Muñoz en el banquillo, llegó el milagro contra Malta y con él, un billete a la Eurocopa de Francia donde, no sabemos muy bien cómo, eliminan a los grandes favoritos Dinamarca y Alemania.  Sin embargo, la aventura no tuvo final feliz en el Parque de los Príncipes ¿Quién ha olvidado el fallo de Arkonada, el ídolo de juventud de toda España a comienzos de los 80, en la falta tirada por Michel Platini?  Luis era un superhéroe para todos nosotros. No había otro portero en el imaginario colectivo de la EGB pese a que ahora se le recuerde injustamente por un frágil segundo frente a las horas y horas de reflejos desplegados, saltos inverosímiles y paradones de antología tanto en Liga como en este Campeonato. Pese a que se le recuerda poco, nunca se nos olvidará el "No pasa nada, ¡tenemos a Arkonada!"




A medio camino de Bruce Lee y la E.T.A.



En Méjico 86 Arkonada ya no estaba, había llegado Zubizarreta desde la orilla de la ría del Nervión. De nuevo vencimos a Dinamarca -que era la "Dinamita Roja" por el espectacular Mundial que estaban haciendo- gracias, entre otras cosas, a la exhibición de Butragueño; pero nada ha hecho olvidar cómo descubrí lo que era caer en los cuartos de final de un campeonato con el penalty fallado por mi esportiguista Eloy Olaya frente a Bélgica. Con la eliminación me incliné desesperado sobre el sofá que tanto picaba de la casa de mis abuelos, y hundí la cabeza un buen rato en aquella especie de Scotch Brite gris de dos metros. Creo que aún no me he dejado de rascar desde entonces. 


Yo no puedo estar sin él.


Supongo que estoy llorando demasiado, pero uno ya tiene 40 años y acumula bastantes derrotas sentidas en la infancia. Pero lo peor es que las muy putas no dejaban de aumentar, ni en la adolescencia, ni el los primeros años de mi supuesta madurez.  Los desencuentros balómpédicos parecían ir de la mano de mis continuas derrotas heterosexuales en la discoteca del pueblo. El desierto parecía interminable, pero me empeñaba en creer que la primera vez estaba más cerca.

Así llegó 1990 y el mundial de Italia, con Luis Suárez en el banquillo y Martín Vázquez luciendo bigote y pulseras de cuero. No se me olvidan ni el putapénico debut contra el Uruguay de Rubén Sosa y Francescoli, ni los comentarios tope gama imserso de Alfredo Di Stefano, ni del nuevo partido del adiós en octavos contra Yugoslavia. Sufrí los goles de Stojkovic, y el cabezazo al palo de Butragueño, en casa de un amigo mío que me ha asegurado que él no recuerda dónde lo vio. Yo, sin embargo, no puedo olvidar como de nuevo hundí mi cabeza en el sofá de su pequeño salón gritando como el nervioso adolescente que era. Justo como hacía cuatro años pero, gracias a su madre, sobre una tela mucho más suave.



El último bigote.



Apenas unos meses después, Yugoslavia dejaría de existir y, en medio de todo aquel follón balcánico, en casa, el problema vasco se nos hizo carne en el balón que siempre se negaba a entrar en las grandes citas. Javier Clemente tomaba las riendas del asunto, ayudado por José María García desde las ondas nocturnas. Así, frente a la España que iba de la mano de Michel "Me lo merezco" y resto de Quinta del Buitre, ahora se abogaba por valores tan futboleros como "la hora de los modestos" o "Vitamina C". Era 1994 y nos ibamos a USA.



La bomba atómica de butano.


He de reconocer que, frente a todo lo pasado en años anteriores, ver un equipo fuerte y serio, aunque no exento de técnica, nos hizo creer a muchos que podíamos competir de igual a igual contra selecciones tan físicas y ganadoras como Alemania, con la que empatamos con un churro gol mítico de Goicoetxea, o como contra Italia. Ésta llegó como las campanadas de la puerta del Sol, con los cuartos, que en vez de uvas trajeron el codazo de Tasotti, el fallo de Salinas, los goles de los Baggio: Dino desde fuera del área y Roberto en la típica contra italiana. Abelardo, otro esportinguista, se confió en demasía y vio como se le coló el balón entre las piernas. Para casa otra vez. Aquella nueva hostia me la llevé entre dos bares, el Rinconín de Rivero y El Culebru de la zona muerta, donde casi rompo el futbolín a base de patadas y dios sabe qué insultos.


Y luego os reís de la foto de las Azores.

Después llega Francia 98 y el espectáculo de Zubi contra Nigeria, el cerrojazo guaraní y la inútil victoria contra Bulgaria. Si ese Mundial acabó mal, lo mismo hice yo con la novia que tenía por entonces y en cuya casa vi la debacle. Una puta mierda todo. Clemente dimisión, joder.


Hodor.


Después aterrizó Camacho. Con el sobaco de España, nos fuimos a Corea 2002 donde sufrimos el peor madrugón de nuestra historia, de nuevo en cuartos, contra los anfitriones. Cuando salí de casa al acabar el partido, no recuerdo en mi vida haber visto tanta gente por la calle, tan de mala hostia y tan temprano. Sin embargo, creo que cualquier cosa que digamos palidece ante el que es el mayor atraco que yo haya visto en esto del futbol: El pase de nuestros verdugos frente a Italia en octavos. Siendo inenarrable lo acontecido es de obligada lectura el reportaje que sobre el árbitro del robo, Byron Moreno, ha publicado Jot Down. Yo, como buen españolazo, me alegré de la desgracia azzurra en vez de poner mis barbas a remojar. Mejor lo hubiera hecho. 



Corea del Norte es la buena para la inmensa mayoría de los españoles.


Nos costó recuperarnos, pero al Mundial de Alemania 2006 fuimos con Luis Aragonés, una selección renovada y una idea nueva, pero como era habitual caímos en octavos contra una Francia que los de siempre daban por acabada. Yo viví aquella nueva pesadilla en pleno Madrid, en un bar en bilbao del que me fui sin despedirme y creo que sin pagar las cervezas que me bebía entre grito y grito.



Bocachanclismo nacional.

Y así fue cuando llegó el "donde dije digo, digo Diego" más importante de la historia del fútbol nacional. A pesar de las afirmaciones previas al torneo de Luis Aragonés, en las que adelantó que abandonaría su cargo si no se alcanzaban las semifinales, fue ratificado en su puesto por los directivos de la Federación Española para afrontar la clasificación para la Euro 2008. Lo que tuvo que aguantar el sabio, con o sin razón, fue cosa fina.



Hubo mil como éstas.



El resto es historia. Lo importante es que dejamos a un lado el tópico de la furia, el toro y demás recursos de casta y gónadas, y los sustituimos por el control, la auto-confianza y la cabeza fría para competir y acabar consiguiendo lo inimaginable. Pero eso espero que no se nos haya olvidado. Habrá quién reclame la vuelta del espíritu de Gómez de Zamalloa que fue un victorioso general del muy español ejército alzado el 18 de Julio de 1936. En plena posguerra española, y tras acabar la Segunda Guerra Mundial en la que tomo parte en la División Azul, este Coruñés de papada incipiente estaba acompañando a la selección que se enfrentaba en un partido amistoso en Zurich a la Suiza local. Minutos antes de comenzar el encuentro, nuestro líder bajó al vestuario y soltó una frase que quedaría para la historia. En definitiva, el castrense personaje señaló una fórmula táctica que había de ser la del éxito en aquel partido: " Y ahora, ya lo sabéis: ¡¡¡Cojones y Españolía!!!!". Una pena que aquella furia roja sólo lograse el empate a tres. Supongo que los que hoy se tiran al cuello de los jugadores y de Vicente del Bosque, son los mismos que se cuadrarían ante el general en vez de seguir el ejemplo de PahiñoComo él, yo no me considero un héroe -al contrario de como debía verse el ínclito Gómez a sí mismo-, sino un tipo normal que ve lógico preocuparse por la época que le ha tocado vivir. 




La España , con papada, que nunca morirá.



Suelo posicionarme políticamente sobre lo que pasa a mi alrededor, con más o menos coherencia, y me gusta conocer e informarme sobre hechos y personas. Sin embargo, ni la política, ni el proselitismo, son mi vida.

Del mismo modo, veo normal entretenerme y olvidar la época que me ha tocado vivir. Me gusta hacer deporte y disfrutar, tanto de pachangas con amigos, como de las competiciones del mundo profesional. Sin embargo, ni mi equipo, ni ninguna camiseta en particular, son mi vida. Adoro el Mundial de fútbol, donde puedo seguir un Sudáfrica-Arabia Saudí con el mismo interés que un Argentina-Alemania.

Lo que no veo normal es que haya gente que no pueda concebir que ambas cosas se puedan combinar.


Ni animar a la selección te convierte en un fascista cejijunto, ni en un descerebrado al que se la sopla todo lo que nos están robando. Del mismo modo, desear su derrota tampoco te convierte ni en un ejemplo de antifascismo, ni en un partisano contra las grandes corporaciones que nos tienen bien cogidos por la huevera.

He sido uno más delante de la tele esperando poder disfrutar de una victoria en el puto mundial de Brasil. No ha sido así, y nos hemos venido abajo, pero nunca perdí la esperanza de ganar jugando maravillosamente, para que los españolazos oportunistas de siempre, esos con alma de aizkolari, se tuviesen que guardar un poco más el hacha con la que querían hacer leña del árbol caído. No pudo ser  y eso es justamente lo que se está haciendo, como era de esperar.

Con todo lo que nos ha dado esta manera de jugar, con la de palos que nos hemos llevado en el pasado un poco más lejano, en vez de morir fieles a sus protagonistas y acompañarles en la derrota, ya se les está recriminando y humillando como si no hubiesen logrado nada. Seguimos siendo taifas cainitas, injustos, vengativos y envidiosos, buceando en la desmemoria interesada hasta en esto. 

Ojalá Vicente Del Bosque continúe hasta la Eurocopa y sigamos con el mismo estilo, que nos lo ha dado todo, añadiendo los retoques necesarios para continuar con esta idea en una versión mejorada. Ya solo nos falta aprender de las derrotas y aplaudir a los vencidos, pero esto se me antoja más complicado de conseguir. Más incluso de que en Madrid se viva la noche de San Juan como la vivía yo de niño, que es como sigo sintiendo el puto Mundial cada cuatro años.



















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