domingo, 25 de septiembre de 2016

Si no hay casera, nos vamos.

Desde hace varios años se ha instalado en el debate político nacional la posibilidad de utilizar un discurso nuevo, que base su dialéctica en otros términos más transversales frente al clásico eje izquierda y derecha. La idea, si bien innovadora y aglutinada alrededor de Podemos, parece haber tocado techo en el sistema electoral, tal y como está planteado, y por sí sola parece que no logrará hacer acceder al gobierno de la nación a los que la practican. Sin embargo, aunque parezca paradójico y hasta imposible, creo que quien también  ha entendido  la necesidad de este nuevo discurso, para el mismo mensaje de siempre, es el Partido Popular.

 Pese a ser el partido representante de la derecha española -travestida según el día en democracia cristiana europea-, se ha adaptado mejor que nadie a la realidad de la ciudadanía al haber comprendido que España, en su esencia más profunda, ni es de izquierdas, ni de derechas, sino que es meramente conservadora, y se puede ser conservador votando al PSOE, o siendo militante del Partido Comunista, o comprando en el mercado de Aluche o siendo gay pese a que normalmente pensemos lo contrario. Los populares seguirán siendo el partido más votado mientras continúen interpretando mejor que las demás agrupaciones políticas  la realidad de este país.

Tal vez me explique mejor si saco a colación a Cánovas del Castillo y cómo desde Génova se le comenzó a señalar, desde hace unos años, como uno de los referentes políticos históricos mas importantes para el partido. Este malagueño, que fue el artífice de la Restauración Borbónica tras la agitada Primera República Española, entre muchas frases ya aventuró en su día que "La política es el arte de lo posible; y lo que no es posible, en política, es falso" para así, y haciendo de este axioma su refugio, anclar a España socialmente en el caciquismo y políticamente en la farsa del turnismo, en una de las mayores estafas de nuestra historia, siempre en nombre del orden y la estabilidad de lo establecido. Seguramente este afán conservador venga de más atrás, que sea algo atávico por estas latitudes, pero que se loe su figura no puede ser casual, sino algo interesado, ya que no deja de dar argumentos para ensombrecer la herencia franquista de los populares, cosa  que es tan innegable como poco admitida,


Angiolillo, salundo a Cánovas en Zestoa. 


El inmovilismo que defendió Cánovas -ese hombre de estado, mártir de la democracia, que supo vestir a España de la modernidad de lo tradicional a fines del siglo XIX- es el mismo que había gritado aquel españolito de a pie con su "Vivan las caenas" a Fernando VII, y el mismo que insinuó Alfonso Guerra a finales del SXX cuando dijo que "El que se mueva no sale en la foto".


¿Qué revolución ha triunfado en este país? Ninguna, tan sólo las reaccionarias; las que instauraban la vuelta al orden preestablecido. Una cosa es vencer y otra triunfar. ¿Se ha logrado instaurar un nuevo orden en algún momento pese a haber tomado el poder aparentemente? ¿Se ha variado la trayectoria histórica española en algún momento? Seguro que alguien podrá darme nombres, datos y fechas para señalar mi error, pero yo ahora mismo no recuerdo ninguno. ¿Podemos esperar que pase algo parecido en las urnas? Hoy, en jornada electoral en País vasco y Galicia, sigo pensando que no. Dentro de unas horas, cuando se haga el recuento, podré ver si estaba en lo cierto pero me da que, en este país, se seguirá perdonando y olvidando lo que haga falta para no experimentar el vértigo de intentar algo nuevo. Nos aferramos al más vale malo conocido que bueno por conocer como un enfermo que prefiere un cuidado paliativo antes que pensar en entrar al quirófano para lograr una solución definitiva. Por eso se votó al PSOE tantos años y por eso se está votando -y se votará muchos más- al PP, ya que son el experimento con gaseosa y en España, si no hay Casera, nos vamos.










lunes, 11 de abril de 2016

El del medio de los gichos.

Tal vez fue por estas fechas en el año 2008 cuando pisé por primera vez el IES "Calderón de la Barca" de Madrid. Llevaba unos meses trabajando como profesor interino de historia en la capital y me adjudicaron una suplencia que ahora mismo no recuerdo cuánto tiempo duró. No debió ser mucho, pero varias cosas de mi estancia en ese Instituto del barrio de Carabanchel se me quedaron grabadas .

Una de ellas fue la experiencia de compartir tiempo con un grupo de alumnos del primer ciclo de la ESO. No eran muy numerosos,  tal vez unos quince, pero eran muy simpáticos y componían un grupo muy curioso. Recuerdo que aparte de una minoría madrileña, había un chico japonés, una iraní, una argentina o uruguaya, un bosnio, varios sudamericanos y creo que un chino, el cual siempre estaba callado pero me decían los demás que sabía insultar perfectamente en castellano a sus compañeros durante el recreo.

Durante los primeros días de clase les asigné un mote, ya que estaba seguro de que ellos a mí también lo habían hecho. Dado lo variado de su procedencia, y que poco o nada avanzaban en el día a día porque no se dedicaban más que a hablar, les bauticé como "La ONU". No se lo tomaron a mal, pero habría que  haber visto cómo me hubiese tomado yo conocer el mío, cosa que nunca supe. Sea como fuere, intentando hacer de la necesidad virtud, dediqué alguna hora a que explicaran al resto de clase de dónde venían y cuáles eran sus raíces para que así todos nos conociésemos un poco más.  De entre ellos, recuerdo especialmente dos casos. Uno, el del chico bosnio. Un chaval espigado, moreno de pelo corto, mirada despierta y una sonrisa pícara en la cara que definía a la perfección el espíritu de un niño feliz en el cuerpo de un adolescente que aún no sabe de su condición como tal. Era muy locuaz, y el estar sentado en primera fila facilitaba que casi siempre le tuviese que llamar la atención por no dejar de hablar con su compañero de pupitre, al que le unían varias similitudes de carácter pese a que era de origen japonés. Toda aquella energía y fuerza vital se apagó cuando le tocó hablar. Se puso bastante serio ya que, pese a no saber nada realmente y no tener recuerdos propios, sus padres le habían dicho que llegaron a España huyendo de la guerra de Bosnia hacía unos diez años. No quise, ni averiguar demasiado, ni que se me notase en exceso que aquellas eran palabras mayores, por lo que intenté cambiar de tercio y tomar yo las riendas de lo que quedaba de clase.Una de las alumnas madrileñas se llamaba Lola y era gitana. Fue el segundo caso al que me refería. Cuando le pregunté si sabía de dónde venían los gitanos, me miró sorprendida y confesó que no. Lancé al resto de sus compañeros la cuestión y una voz desde el fondo de la clase exclamó convencido: "Yo sí. ¡De Aluche!". Las carcajadas consiguientes hicieron olvidar la tensión anterior y me dieron la oportunidad de aprovechar mi experiencia laboral para lograr mantener a  "La ONU" callada y atenta durante unos minutos.



El del medio era el Jeros.



Durante mi vida en Asturias, trabajé varios años con y para romanís en una asociación llamada por aquel entonces " Fundación Secretariado General Gitano". Cuando comencé, apenas sabía lo que me iba a encontrar, pero el escapar del trabajo industrial, mayoritario en Avilés, ya era todo un logro y hasta una necesidad. De ahí mi entusiasmo y motivación; era un reto totalmente nuevo, una oportunidad en la que, además, conocía a varios de  los que iban a ser mis compañeros de labor, así que no me sentía solo. Al decirle a mis padres cual iba a ser mi trabajo la sorpresa fue considerable. Mi madre calló porque no sabía cómo reaccionar pero mi padre afirmó tajante: "Van a flipar. Yes tú más gitano que ellos". Como por entonces tenía el pelo largo y sin cuidar, iba bastante desaliñado y casi siempre vestía camisetas negras envejecidas, no creo que le pudiese quitar la razón a mi progenitor. Me lo tomé como lo que era, un espaldarazo, y con semejante muestra de cariño, no pude comenzar más que ilusionado. Tenía muchas ganas.


Durante una temporada fui el Informador Juvenil de Avilés. Me encargaba de gestionar y realizar actividades de campo con el sector más joven de mi ciudad  y su comarca. Más adelante, como coordinador de juventud de Asturias, pude viajar a Hungría a un congreso europeo sobre la cuestión. Allí fui consciente de cómo los gitanos en España habían perdido prácticamente al completo señas de identidad tan importantes como el idioma sin que apenas se le diese la importancia que tenía. Yo y Marcos, que era mi compañero y el primer gitano universitario asturiano, observamos como,  mientras que los jóvenes gitanos de Centro Europa podían comunicarse entre ellos en su lengua pese a las diferentes variantes, nosotros estábamos pendientes de una traducción al inglés. Una verdadera pena.


Se suponía que era Break dance.


La cuestión es que, durante aquellos años, hice mil tareas y aprendí muchas cosas que tal vez nunca hubiese descubierto por mí mismo. Fue una experiencia única, muy intensa, con momentos buenos y malos que me hicieron crecer como persona y me dieron la ocasión de poder hablar un buen rato con aquel grupo de escolares sobre la historia de los antepasados de Lola.


El caso es que la relación que tiene España con el pueblo gitano se asemeja bastante a la que tiene con Portugal: pese a la cercanía, se le da la espalda como si ignorando la existencia del vecino se evitase la cotidiana e inevitable interactuación  existente. Nada más lejos de la realidad. De hecho, el contacto fluido ído y continuo desde hace siglos con la comunidad gitana se ha hecho patente en muchos aspectos que van más allá del tópico de la música y el mercado ambulante. Las comparaciones son odiosas pero a veces muy aclaratorias y hasta necesarias. Valga como ejemplo señalar que es de común conocimiento a pie de calle que en la lengua castellana existen muchísimas palabras de origen árabe; sin embargo, no se sabe que el origen de expresiones tan habituales como queli, pinrel, chachi, chaval, canguelo o currar, está en el caló, el idioma que esta comunidad trajo consigo a la península durante el reinado de los Reyes Católicos. Seguramente nadie  ha considerado importante que se sepa, cuando es algo muy interesante y parte del patrimonio cultural de este país. De hecho, cuestiones como ésta no hacen más que reafirmar que el desconocimiento de la historia gitana en España implica el desconocimiento de la propia historia de España, con todo lo que conlleva, porque el que no sabe, es como el que no ve; y la ignorancia suele dar pábulo a miedos, recelos y actitudes de rechazo allá donde campe, tanto en unos como en otros.


"-Lola, ¿y si te digo que eres de la India?" -pregunté.


Ante el desconcierto de la chavalería, les expliqué que el pueblo de su compañera era originario del norte de aquel país, no del barrio de Aluche, y que sufrió un proceso de migración generalizado en el SXI después de Cristo. Por aquel entonces, agrupados en clanes familiares, miles de familias se montaron en sus carromatos en busca de oportunidades en otras tierras. Así, llegaron a Europa. Una gran mayoría se instaló en el centro del continente, en donde actualmente se encuentran Chequia, Eslovaquia, Hungría, Rumanía y Bulgaria. De hecho, su impacto en aquellas zonas es muy visible en la actualidad ya que son minorías étnicas muy importantes y para nada residuales. Hay millones y son una parte reconocible de la población. En España, son una minoría no tan numerosa y, pese a que la mayor parte habita en el Sur, llegaron en primera instancia a Barcelona desde Egipto -cuestión discutida hasta la actualidad-  a mediados del SXV.


Sin querer entrar en muchos detalles etnográficos, me centré en una serie de anécdotas para hacer mi discurso entretenido. Les conté que, precisamente, el haber llegado a la Ciudad Condal desde aquel país africano, tuvo sus consecuencias. A los recién llegados se les denominó "Egipcianos" y de ahí vino el término "gitano" por el que son apelados en España, a diferencia de lo que ocurre en la Europa continental  donde son conocidos como "zíngaros". Por otro lado, como desde Barcelona se inició un nuevo periplo hacia el interior de la península, al penetrar por Cataluña estos visitantes se fueron encontrando con gente no-gitana que se dedicaba a la vida en el campo. Eran los "payeses".Y de esta denominación derivó el vocablo "payo" con el que a partir de entonces se refirieron a todos los no-gitanos que se iban cruzando por el camino, fuesen o no campesinos, catalanes, blancos o católicos.


Ante las caras de incredulidad de la clase y el silencio reinante, finalicé comentando que para aquellos "egipcianos" los bienes más valiosos eran la salud y la libertad. Por eso se despedían siempre diciendo "Satispén talí" -salud y libertad en caló-, y en mi opinión, esos son unos valores que no deberíamos olvidar nadie, vengamos de donde vengamos



La bandera Romaní: una rueda de carromato como escudo entre el azul del cielo y el verde del camino.



La clase fue un éxito y me regaló la anécdota de "Aluche", que es una de mis favoritas pero no la mejor. El caso es que durante unos meses, antes de instalarme definitivamente en Madrid, estuve trabajando como Profesor de Adultos en una barriada de Avilés. El objetivo era ayudar a varias personas, en situaciones muy desfavorables y de exclusión, a sacarse el graduado escolar. Había payos y gitanos, y entre estos últimos estaba  Alejandro, un compañero en la asociación en la que trabajaba. Tenía veintipocos años y era padre de familia; educado, simpático y proactivo hacía las veces de "mediador", lo que viene a ser un interlocutor entre el "trabajador social payo" y la comunidad gitana. Pertenecía a ese grupo de gitanos más establecido y alejado del mundo de la infravivienda con todo lo que ello significa. Desde los últimos años del franquismo una parte mayoritaria del pueblo gitano en España  había abandonado el credo católico para abrazar una vertiente del protestantismo. De hecho, este es un eje central en sus vidas y en su modo de relacionarse, ya que "el culto" -como ellos lo llaman-, es diario y de una importancia básica dentro de la comunidad. Alejandro era pastor de la Iglesia, y eso le hacía ser respetado especialmente. Su imagen y comportamiento debían ser ejemplares ante los demás, así que, como uno de nuestros objetivos era evitar el fracaso escolar entre los jóvenes, se decidió a sacar el graduado siendo a la vez compañero y alumno mío.


Era de los mejores estudiantes, aunque eso no era demasiado difícil, la verdad sea dicha. La carencia total de base; las dificultades del día a día y las tremendas diferencias entre los alumnos, hacían imposible seguir con un ritmo normal las clases dentro del calendario marcado. Si algo debía liquidarse en una semana, como poco nos llevaba dos. La dureza del camino se veía recompensada con los avances, que pese a ser tímidos en su contexto eran enormes, y por los alucinantes momentos que pude vivir. A un chico gitano le pregunté dónde tenía familia y si me la podía localizar en el mapa autonómico. Aquello fue un fracaso ya que, cuando iba a visitar a sus familiares gallegos, él sabía que iba para Galicia, pero realmente no sabía hacia dónde se estaba dirigiendo. Cuando le mostré el lugar exacto, le comenté que el nombre del pueblo de su primo, Finisterre,  lo habían puesto los romanos y significaba "el fin de la tierra", cosa que él no pareció entender muy bien ya que me preguntó -no sin cierta lógica- por qué no se le cambió el nombre después de que Cristóbal Colón descubriese América y se supiese que había más tierra. Ramón, que así se llamaba el protagonista, no paraba de decir que vaya nombre más sin sentido y engañoso era ese, a no ser que Colón fuese Romano y no quisiese cambiarlo a posta. A día de hoy le doy cierta parte de razón, pero apenas tengo esperanzas de que recuerde por dónde cae dicha localidad a la que tan a menudo va.



En otra ocasión tuve que intentar enseñarles a calcular el área del círculo. Aquello ya eran palabras mayores. Joder, ¡si acababan de descubrir Galicia!. Primeramente, el concepto de área no fue captado del todo hasta que lo comparé con el área de un campo de fútbol. Vamos, que se llamaba así donde se podía pitar penalti dentro de un dibujo, aunque éste no fuese necesariamente rectangular. Una vez asimilado ésto, comencé a decirles que para saber cuánto espacio hay dentro de un círculo, un payo muy listo, hacía mucho tiempo, había descubierto una fórmula mágica que siempre nos iba a dar la solución: A = \pi  r^2\,¡La cosa no podía ser más sencilla!



Preferí comenzar a explicar dicha fórmula por el radio, haciendo hincapié en que no tenía nada que ver con la "arradio" del coche, ni nada parecido, sino que era una línea recta que va del centro del círculo hasta el límite del mismo. Vamos, igual que esas varitas metálicas de las ruedas de las bicicletas, que precisamente se llaman así: radio. Hasta ahí, todo más o menos bien. Las dificultades comenzaron cuando tuve que explicar el término "cuadrado" al aplicarlo a una cifra. Con fortuna, tras repetirlo unas pocas veces, el personal comprendió que cualquier número al cuadrado significa que se multiplica por sí mismo y no por dos que era lo más aparente.


Finalmente llegamos al número Pi. Ahí me puse serio porque era la clave de todo. De nuevo, insistí que un hombre muy, muy, pero que muy sabio, hacía mucho tiempo que había descubierto que multiplicando un número -llamado Pi- por el radio al cuadrado de un círculo podemos saber cuál es el área de dicho círculo.


"-Pero, ¿cómo lo averiguó, Arcadio? ¿Tenía calculadora electrónica?" -me preguntaron.

Yo les dije que no muy serio. Forcé mi gesto y  logré que el silencio se impusiera en el aula. Todos me observaban esperando mis palabras, así que puse un tono de voz grave, vocalicé al máximo, elevé el volumen y me lancé.

"-El número Pi es siempre, siempre, siempre: 3`14. Venga, ¡que es muy fácil!.¡No hay fallo! Ese es siempre, siempre, el número Pi. ¡Siempre!" -exclamé.

El silencio se mantuvo varios segundos hasta que Alejandro, que no había dejado de mirarme atentamente durante toda la explicación, dijo: "No".

"-¿Cómo que no, Alejandro?"- respondí.

Al momento, se me vino a la cabeza que tal vez supiese que, como poco, el número Pi era 3´1416. Así que le animé con la mirada a que me contestara y ratificara su condición de alumno aventajado frente a los demás. Como en la Guerra de las Galaxias aquello era "Una nueva esperanza" para el que escribe estas líneas.

"-Pues no, Arcadio. Ese será el tuyo. El mío es 2416" -dijo seriamente convencido, mientras se echaba la mano al bolsillo para mostrar lentamente su Motorola al resto de la clase como un abogado muestra la prueba definitiva al jurado.

Yo creí que me moría allí mismo.

"-El Pin, no; joder, Alejandro. ¡El Pin, no! ¡Pin, no!.¡Pi!"

Mi alumno no se lo podía creer.

"-¿No es lo mismo Pin que Pi?" -preguntaba colorado mientras los demás callaban. "-¿De verdad?."

"-Sí, Alejandro, de verdad.Venga, vamos a dejarlo por hoy"

"-Vale, ¿te acerco a casa en la furgoneta?"

"-Deja, no hace falta."


Han pasado ya unos trece años desde aquello y hace mucho tiempo que no tengo un contacto directo con la comunidad gitana. Sin embargo, cada vez que se acerca el ocho de abril, que es el día que se les dedica internacionalmente, no puedo evitar recordar que, pese a lo mal que se me daban las matemáticas, uno de los mejores momentos de mi vida me lo dio un número de nombre escaso y decimales infinitos, gracias a la salud y la libertad,  como si yo fuese el del medio de los Chichos.

Te quiero, \pi













jueves, 7 de abril de 2016

Akira


Deslizándose entre las gotas de abril, entre las lágrimas de este invierno que se despide. Discreta y sin avisar. A hurtadillas se coló esta primavera por mi ventana; y de su mano, la sonrisa que te acompaña.

Furtiva y dulce; llena de vida y de sol. Un susurro entre el ruido que me rodea. Un caricia de seda como tu pecho desnudo, rezumando sal, reventando en el espectáculo del nácar de las olas al tornar. ¿Qué has venido a robar desde el balcón de tus labios? ¿Unas palabras entrecortadas? ¿Un latido acelerado? A hurtadillas se coló esta primavera por mi ventana; y de su mano, la sonrisa que te engalana.

Esa media luna que te talla el rostro, al reir, luce blanca y cercana, y me rapta y me cuelga del cielo azul bajo el que te conocí.


La de la tierra fértil






lunes, 8 de febrero de 2016

Y no.


Volver a prometernos mil mentiras; volver a jodernos la vida.
Acribillar a besos el cielo igual que se dispara a un muerto.
Y lanzar sonrisas al aire para ahogarlas,
en la barra de cualquier bar,
a las cuatro de la tarde.

Seguir suspirando miserias, respirando a duras penas.
Hincar a tus pies descarnadas las rodillas.
Y, sobre las manecillas del reloj,
dos cuchillas traicioneras,
que me dicen que sufrir
es todo lo que te rodea

Y recordar conversaciones, una y mil veces inventadas.
Y querer volver a follarte como si no hubiera mañana.
Y volver a morir por tu desprecio, injusto y cruel.
Como el color de tus ojos, el que me mata al decir,
que mi sufrir, es tu nombre de mujer.

Y ni quiero volver a joderme la vida, ni volver a recordarte.
Como ahora, colgado de un vaso,
vomitando el orgullo que me arrebataste.



Y no.




jueves, 21 de enero de 2016

PÉREZ



Hola, Carlos.

Supongo que ahora mismo seguirás mareado por la zozobra de esta chalana a la deriva en la que estamos todos embarcados, da igual que seamos demasiados o que nos parezca pequeña. Vivir es subirse a bordo de ella  y entender por fin la belleza del canto que nos regaló Remedios Amaya en Eurovision pese a no lograr empatía alguna entre propios y extraños .



1983, cero puntos.Últimos, pero empatados con Turquía. España no ganaba ni a ser la peor.


La vida nos enseña que el sentido del viaje está en la ruta, no en el destino. Nos permite aprender a disfrutar de la calma del trayecto y también a relativizar los golpes que nos zarandean sin piedad. Esos que nos hacen sentir insignificantes en medio de una sinrazón tan inmensa como devastadora. Vivir tiene la desconcertante capacidad de poder endulzar las penas y amargar las dichas. Nos lleva de la mano a su antojo, como la marea hace con  todos. Así vamos, de aquí para allá, con la mirada perdida pero con los ojos clavados en el horizonte. Intentando descifrar lo que nos deparará ese renglón inalcanzable e infinito que nos supera una y otra vez. Cuánto miedo es capaz de infundir tanta indefensión; cuánta duda y cuánta angustia derramadas por  la consciencia de aventurarnos hacia lo desconocido. Supongo que ese es el peaje a pagar.

Y ahí en medio estás, Carlos. Afrontando estos días cargados de pena. Buscando las respuestas a estas preguntas, tan inesperadas como lacerantes, que plantea el paso del tiempo. Son unas interrogantes bañadas en sal que azuzan las heridas y curten el pellejo que nos viste, tal y como el salitre de la mar marcó a los pescadores del barrio donde creciste. 

Todos estos años surcando entre redes a remendar, ventanas de madera y cajas descargadas en la Rula mientras veías como las drogas se cebaban en la humildad,  te convirtieron en un chico de la calle, avispado y despierto, confiado en sí mismo,  con las ideas claras y dispuesto a alcanzar sus metas por exigentes que sean. Y vamos si lo has hecho. Eso lo sabemos todos, tú el primero. Habrá quien no advierta las cicatrices que te han ido adornando por el camino. Tal vez las lleves por dentro, pero yo no puedo evitar pensar que cada arruga colgada de tus ojos es la contestación a cada envite que la vida te ha lanzado. Que contra cada puñalada del destino, contra cada golpe encajado, has logrado cincelar una nueva sonrisa en tu rostro. Esos arañazos son medallas que lucen orgullosas, como telas rasgadas al viento, cargadas de vida y esperanza, rompiendo desafiantes estos días grises.


Sin embargo; creo que tu mayor victoria no la alcanzaste en la calle. Tu mayor logro es haber compartido una mesa a reventar desde la niñez, aprendiendo a crecer entre unas paredes templadas al calor del ejemplo de una mujer que te ha convertido en la persona que eres.Y déjame decirte que eres una persona estupenda que vive con pasión y que la comparte con los que le rodean como comparte un niño su juguete favorito con su mejor amigo. 

Eso no se aprende en la escuela, tampoco en el barrio. Eso se enseña en casa. 

Qué afortunado eres y qué afortunados nos haces, Carlos.

Todo lo que nos acompañó en la infancia y nos ha criado no nos abandonará nunca. Cada ser que nos ha querido late en cada una de nuestras palabras y en cada uno de nuestros gestos. Mantenemos su presencia a nuestro alrededor y comprendemos, con el paso de los años, que todo el amor que se nos ha dado es un testigo que, al igual que hemos recibido, debemos pasar.

Y yo nunca te he visto hacer otra cosa que no sea eso.


Martina y tú.


Si eres una de las mejores personas que conozco es porque has tenido una magnífica maestra a la que no dejas de honrar ni un solo día. Para mí eso es tan evidente como que la verdadera muerte es el olvido, que es un orgullo ser amigo tuyo y que junto a tu Meana siempre irá tu Pérez. Somos unos privilegiados por saberlo.

Un abrazo, Carlos

Te queremos.