martes, 29 de diciembre de 2020

Sabia

Los pulpos tienen un cerebro enorme, el mayor de todos los invertebrados, y la naturaleza, para compensar, les dio tres corazones.

Los pulpos pueden ser muy inteligentes pero la naturaleza es sabia.



miércoles, 16 de diciembre de 2020

De una puta vez

—¿Qué?, me dijiste extrañada. 

En un repentino ataque de vejez, el tren había comenzado a quejarse, y sus lamentos, rebotando contra aquella curva que le resultó insufrible, me robaron todo lo que me había atrevido a decirte. En medio de aquel chirrido, oxidado y traicionero, remendé mis discurso a trompicones y recogí algunas palabras del aire como un torpe intenta cazar mariposas. Poco pude hacer. La que había sido la frase más desesperadamente entregada y bonita que había dicho en los últimos años se perdió, para siempre, en una curva de la línea tres de metro. 

Lo único que me queda de aquel momento es el olor de tu pelo, apagado y mal recogido, y las ganas -tremendas- de besarte al sentir erizarse la delgadez de tu cuello mientras te hablaba al oído. Lo que te pude haber dicho ya no tiene la menor importancia. Aquel chirrido terminó y tú te limitaste a apartarte, abriendo los ojos como se abren las puertas con un golpe de aire. Estabas pegada a mí y, sin embargo, ya eras definitivamente inalcanzable. Seguramente siempre lo habías sido, simplemente descubrí lo que un niño descubre al intentar alcanzar su propia sombra. Bien me lo advertiste.

Mi historia es la historia de una frase hecha, de una verdad a medias. Es un casi, un pero. Y mientras sigo sin admitirlo, te continuo buscando entre la gente que espera en los andenes, entre la que pasea por la calle cogida de la mano, como el que busca una cuchilla para cortarse las venas de una vez. Aquí no hay ni casualidad ni mala suerte, tan solo ganas de vomitar que vienen y van. Como las calles entre Cibeles, El Retiro y el Prado, como aquellas luces bailando en la pared en un día de diario, y las tres cruces que te adornan y me matan desde entonces.


Apenas unas semanas atrás habías llegado a mí como llegan las tormentas de verano. A plena luz del día, desvergonzada, intensa y apasionada, con la brevedad de la que se forman los arrebatos. Esos por los que merece la pena vivir, dejarse llevar y escribir. Eso hice y eso hago. 

Podría decirte algo melodramático y barato, como que estas palabras caen con la vocación suicida que torna el agua en lluvia; o que hoy el cielo de la capital viste una inmensidad azul que uno jamás podría cansarse de admirar porque es lo más parecido a verte sonreír; que solo quiero que me escribas; que me dan igual los dos nombres que me destrozan desde el fondo de tu pantalla; que te canto en todas las canciones; que te imagino en cada esquina; que me estalla el pecho y la polla, que no quiero admitir la realidad y que quiero matarme contigo; que esta semana ha sido tan horrible como soltar tus manos hermosamente frías y sentirme caer una vez más en la fosa común que tengo en el pecho. Igual daría. Me lo dijiste desde el principio. Es el ritmo natural de las cosas, el invierno siempre llega. Y en este hace mucho frío, y recordar es una trampa que no abriga. 

En la calle ya es de noche, la gente musita, las farolas alumbran. Este es otro día más que se acaba abocado al fracaso, como abocada al fracaso está esta carta de despedida. Porque una carta que no se entrega no es más que eso, un fracaso. Como una lección olvidada, como una frase perdida en una curva entrando en Lavapiés; como esta promesa de no mentirme más y dejar de desearte de una puta vez.





domingo, 16 de agosto de 2020

SOY UN HOMBRE ENFERMO

Sergio y Marcos nos presentaron en la Calle Rivero de Avilés, hace unos 28 años, en una de aquellas noches en las que sonaban los Enemigos y Los DelTonos entre los soportales, el empedrado, las losas y las barras por las que repartíamos nuestras horas. Recuerdo aquellos días como se recuerda al mayo perfecto que es la adolescencia, con sabor a cerveza recién servida y la felicidad de asomarse a la vida sin miedo. Fue entonces, en una de aquellas tardes sin fecha, cuando apareció la sonrisa de Silvia. 

"Arcadio, a ver lo que haces, que tiene novio y es un tío de puta madre", me dijeron mis amigos. Eso escuché de fondo. Mientras, yo no podía dejar de mirar aquellos dos ojos recién descubiertos. A su lado, como siempre por entonces, estaba Ruth. Detrás de mí, mis dos amigos seguían lanzando advertencias al aire.  Me daba igual. Me fue imposible evitar paralizarme ante aquella mirada a ratos melancólica como el brillo de unas lágrimas recién vertidas, a ratos tan radiante como una ventana blanca abierta en primavera. Su pelo era moreno, liso y brillante, y caía despacio sobre dos hombros diminutos como solo caen las cosas hermosas. Su rostro era de piel pálida y gesto sereno. De su calma se colgaba una media sonrisa que me pareció la invitación más hermosa a vivir que jamás había recibido de una mujer.  Me quedé tan absorto con lo que estaba viendo, que no le hice el más mínimo caso a los dos grandes pechos que parecían adivinarse bajo su chaqueta abierta. De hecho, nunca lo hice, y no me ha vuelto a pasar en la vida.

Recuerdo los pocos paseos que dimos, el tono cercano de la complicidad al hablar, y que jamás nos besamos. Aún deben de estar por casa de mis padres las fotos que me dio de su viaje a Amsterdam. Me dejé la vista contemplándolas. Siempre tuve la sensación de que Silvia se reservaba cuestiones graves para ella. Nunca le pregunté que ocurría y mejor que fuera así. Con el tiempo descubrí que su vida estaba afrontando curvas que yo apenas hubiera comprendido. Corría el año 1992 y en su otoño comencé a estudiar la carrera de Derecho, ella la de Medicina. Con el tiempo fuimos coincidiendo menos, ella acabó la carrera y yo no.


Hace unos días, recibo un mensaje en mi móvil. Es ella. Pediatra y madre de dos hijos, vive en Madrid con ellos y el padre, aquel novio que, efectivamente, tal y como me decían Sergio y Marcos, es un tío de puta madre. Jamás le he visto, pero no guardo la más mínima duda al respecto. Es imposible que no sea así. Tras la incredulidad escrita en la pantalla y los posteriores jajajas de rigor, acordarnos vernos en persona tras 25 años sin hacerlo ."Un abrazo, ¿no?" es lo primero que dice al verme. Nos reímos y nos ponemos al día, todo lo que se puede poner uno al día tras un cuarto de siglo sin saber el uno del otro, por supuesto. Ha pasado mucho tiempo, han ocurrido muchísimas cosas, pero todo lo importante continua igual. Y es un alivio. Charlamos sin parar. Durante unas horas no me mortifico recordando a la última amante que he perdido. De fondo, el Aleti vuelve a abrazar la derrota y no me importa demasiado. 

Reencontrar a Silvia es volver a admirar la interrogante que dibujan sus ojos y embobarme con la dicción perfecta con la que habla. Milagrosamente, vuelvo a ignorar a aquellos pechos que continúan prometiendo bondades a cualquiera que repare en ellos. Cómo no hacerlo cuando estar con esta mujer es volver a contemplar su sonrisa y recordar la felicidad de asomarse a la vida sin miedo.


Gracias, Silvia.







sábado, 15 de agosto de 2020

HODEI

El vagón parece querer negarse a dejar atrás Miranda de Ebro bajo este cielo más propio de un otoño desperezándose que de un doce de agosto. Entre los claros que salpican un gris quebrado por riscos y postes, el tren se aferra a un interminable parón y a varias arrancadas infructuosas como un niño a su madre el primer día de colegio.

Este camino de Madrid se enzarza entre sus raíles y me zarandea y sacude sin tregua. Soy rehén de una inercia cortada a trompicones que parecen anunciar un trayecto incómodo y largo. Una de las últimas sacudidas me ha sorprendido repasando estos últimos siete días en Barren Plaza, entre los ecos de los brindis, las canciones, y las risas de un verano en la costa de un pueblo con mar pero sin puerto. Como era de esperar, en cuanto crucé tu puerta, no tardamos en hacer nuestro ese ejercicio ajeno de celebración, tal y como hemos hecho desde que tropezamos en el escenario de Guardaetxea hará unos quince años. Compartir contigo todo este tiempo, esta distancia en nuestras vidas, no hace más que confirmarme la existencia de cosas buenas entre mediocridades televisadas, flaquezas personales e idas y venidas a la madurez y la insensatez propia y ajena.

Hodei, muchas gracias por ofrecerme tu amistad. Muchas gracias por dejarme disfrutar de tu bondad y tu calma. Muchas gracias por dejarme ver como se te ha ido encaneciendo el pelo. Muchas gracias por dejarme admirar la pausa de tu sonrisa entre acordes distorsionados, cervezas rotas y carreteras vertidas sobre cientos de escenarios sudados. Muchas gracias por demostrarme que tienes un pecho inabarcable, con un corazón tan enorme, que es capaz de albergar a todo el mundo, e incluso a alguien como el que te escribe estas palabras de agradecimiento. Déjame decirte que creo sinceramente que nos haces mejores a todos los que tenemos la suerte de considerarnos tus amigos. Eres un éxito de persona. Somos muchos los que te queremos, pero permíteme que sea hoy yo el que te lo diga a ti y a cualquiera que se acerque a estas líneas.

Maite zaitut, lagun.

viernes, 17 de abril de 2020

NUESTRA VIDA ADULTA

Por momentos. Nada reseñable. Supongo que lo llevo como todos. Se acaba la primera quincena de este abril tan raro y se cumple un mes de confinamiento. Los días se acumulan entre noticias atropelladas, conversaciones con amigos y rutinas autoimpuestas para vencer la desidia y el desánimo domiciliarios. La llamada al orden emocional se mezcla con horas perdidas, imaginando y recordando, mientras que la resignación y la impotencia follan como dos novios tras una discusión. 

Hoy la primavera se ha dejado sentir ahí afuera. Desde los balcones y las ventanas abiertas de par en par se nos ha colado en casa a todo el vecindario. En la mía ha sido como una caricia, pero no descarto que en alguna otra haya sido como una bofetada. He tenido suerte. Por eso me he pasado la tarde animado en el salón, enzarzado en el juego de revisar fotos antiguas de viajes. Pese a lo que pueda parecer, ha sido más un ejercicio de esperanza que de masoquismo, sobre todo tras caer en la cuenta de que, en el abril de hace cuatro años, estaba con dos amigos en Sarajevo, la ciudad que sufrió el asedio más prolongado en Europa desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Aquellos fueron casi cuatro años de infierno enclaustrado remachado a base de morteros y francotiradores, lo que va desde el 5 de abril del 92 al 29 de febrero del 96. Sobre ellos hay publicado cantidad de material fotográfico (imposible no recordar a Gervasio Sánchez), mucha literatura y un buen montón de reportajes, películas y documentales que los describen perfectamente.

En nuestras fotos Sarajevo luce un rostro amable. En la actualidad es tranquila, limpia y muy accesible. Sin embargo, el peso de ser durante tantos siglos aduana de la historia hace que en sus calles se palpe una especie de silencio tenso, como el de una sala de espera. La ciudad es un eterno impasse ante el que mis amigos y yo caímos rendidos. De nuestra visita nos trajimos muchas preguntas, pocas respuestas y aún menos conclusiones.


Cuando dejamos Sarajevo nos dirigimos a Mostar, la segunda ciudad del país Esta es conocida mundialmente por el puente que le da nombre. La imagen del Stari Most (sXVI) es una de las postales más típicas y reconocibles del turismo mundial. Su voladura en 1993 ejemplificó, junto al sitio a la capital, la crudeza y la complejidad de la Guerra de Bosnia. No en vano, durante la misma, católicos y musulmanes eran aliados contra las fuerzas serbias por todo el país, sin embargo, en Mostar, no ocurría lo mismo. Allí apenas había presencia del enemigo común. Las hostilidades se desarrollaron básicamente entre ambas comunidades religiosas y estas pasaban de compartir trinchera a enfrentarse en cuestión de escasos kilómetros.
Stari Most, el puente viejo.
Católicos y musulmanes se repartieron Mostar aprovechando el paso del río Neretva. La parte oeste era de los primeros y la este de los segundos. No es de extrañar que, con el inicio de las hostilidades, el puente encargado de unir ambas orillas saltara por los aires. Con ello, la ciudad se partía literal y metafóricamente en dos. El momento exacto de la voladura se filmó y dio la vuelta al mundo. Su carga simbólica es tremenda y el dolor más grande al saber que fue deliberada. Sucedió el 9 de noviembre de 1993. 

El responsable fue Slobodan Praljak y se le acabó juzgando en La Haya por crímenes de guerra. El 29 de noviembre de 2017 se celebró el juicio que le condena definitivamente a 20 años de prisión. De pie y con el gesto tranquilo, el acusado escucha su sentencia. Solo rompe su silencio para decir estas palabras: "Honorables Jueces; Slobodan Praljak no es ningún criminal de guerra. Rechazo su veredicto con total disgusto". Acto seguido, acaba con su vida bebiendo un frasco de cianuro ante la incredulidad de todos los presentes. Estas imágenes pasarán a la posteridad como las del Stari Most. Cada vez que las veo se me pasan muchas cosas por la cabeza y me pierdo entre la admiración y el desprecio ya que no le tembló el pulso lo más mínimo a la hora de acabar con su vida y dudo que lo hiciera al tener que decidir sobre la de los demás.
Mostar, pese a que la devastación fue tremenda, está hoy en día reconstruida prácticamente en su totalidad. Una de sus principales industrias es el turismo y el Stari Most vuelve a ser su principal reclamo. De todos modos, si nos alejamos un poco de la parte vieja de la ciudad, callejeando se pueden descubrir algunas fachadas que aún mantienen a la vista el recuerdo del conflicto.
Imágenes de un derrumbe.
Sin embargo, como siempre, las verdaderas heridas son las que permanecen ocultas a los ojos de los visitantes ocasionales. El alma de la ciudad continúa rota y la convivencia de sus habitantes está muy lejos de haberse normalizado. Entre la población hay una calma tensa. El desafío es constante entre los minaretes de la parte este y la colosal cruz que, desde la oeste, domina toda la ciudad. Fueron los "acuerdos de Dayton",en Estados Unidos, los que hicieron posible el fin de la guerra. La paz se impuso literalmente a todos los contendientes, obligándoles a aceptar un matrimonio de conveniencia. Este era el menor de los males para el conjunto de la República Bosnia-Herzegovina. Desde entonces, ambas comunidades cohabitan dándose la espalda continuamente, desconfiando y recelando la una de la otra. Tal es la situación que, para las autoridades de Mostar, el mero hecho decidir el nombre de una calle, o erigir un monumento en homenaje a una figura pública, se torna una cuestión muy delicada. Cualquier decisión podría herir susceptibilidades, en función de a qué comunidad religiosa perteneciese el sujeto en cuestión, y se podría romper el inestable equilibrio existente. Así transcurrió el día a día durante primera década de paz. Sin embargo, en los meses previos a que se cumplieran esos primeros diez años, algo pareció cambiar. 

Hay quien dice que la idea surgió de un joven profesor que regentaba un gimnasio de artes marciales, pero fueron dos escritores, Veselin Gatalo y Nino Raspudic, los que encabezaron el Movimiento Social que propuso la idea de levantar en la ciudad una escultura que pusiera de acuerdo de una vez por todas al conjunto de la población. El nombre propuesto causó estupor y cierto revuelo ya que no era otro que Bruce Lee. Ciertamente, su elección como figura universal es más que discutible (de hecho, fue elegido frente a otras propuestas a priori de más peso como Gandhi o Juan Pablo II), y fue su aparente nula vinculación con la zona lo que hizo que tras dos años de negociaciones, se lograra el consenso, la financiación y los permisos para sacar adelante el proyecto. Primó en el éxito de la propuesta que el actor, al no estar enfangado en ninguna de las muchas guerras que se dieron en Bosnia, ni asumir un credo religioso específico, podría representar para cristianos y musulmanes los valores de la justicia, el orden, la tradición y el respeto, que la ciudad necesitaba para afrontar la reconciliación con buenas expectativas. 

Así fue como el sábado 26 de noviembre de 2005 se erige la primera estatua del mundo en honor a Bruce Lee para celebrar los diez años del fin de la guerra de un país del que el homenajeado jamás oyó hablar. Es más, de hecho, ese país ni existía durante su vida. La ceremonia de inauguración fue un éxito. Estuvo cubierta por prensa internacional, hubo representación institucional china y alemana y, como no podía ser de otra manera, una exhibición de Artes Marciales. Incluso se llegó a invitar a la misma a Linda Lee, pero desgraciadamente esta no pudo acudir. 

La estatua estaba esculpida en bronce, a tamaño real, y se dispuso en una posición defensiva mirando al norte. Se pretendía con ello lograr dos cuestiones. La primera, evitar cualquier sensación de amenaza al verla, y la segunda -la más importante y que refleja cómo era la convivencia en Mostar- evitar afrentas entre las distintas comunidades localizadas en la ciudad ya que orientada en esa dirección no parecería defender a ningún barrio frente al otro. Por fin, Mostar había logrado ponerse de acuerdo por encima de sus diferencias étnico-religiosas. Sin embargo, lo verdaderamente reseñable ocurrió al día siguiente. 

Domingo 27 de noviembre, día del nacimiento de Bruce Lee. En Hong Kong, lugar de su fallecimiento, se inauguraba, con aparentemente más sentido y clamor popular, otra estatua en su memoria. Lamentablemente para la organización, por horas fue la segunda de la historia y no la primera tal y como se pretendía desde un principio. Pero más lamentablemente aún, en Mostar, la primera amanecía seriamente vandalizada. Todas las buenas intenciones, el trabajo de años y el juego de equilibrios y valores que se personificaban en la figura del actor fueron atacados. El estado en que quedó era tal que hubo de ser retirada prácticamente de inmediato. No duró expuesta ni un solo día. Tuvieron que pasar varios años hasta que, por fin restaurada, pudo volver al Parque Zrinjski. Allí está desde 2013. 
Abril 2016 en Mostar
Cuando llegamos a Mostar, no nos costó encontrarla y menos aún sacarnos unas fotos con ella. Éramos los únicos que pretendían hacerlo. Lucía algo menos dorada de lo esperado, pero se mantenía a salvo de mutilaciones y agresiones indelebles varias, quién sabe si por el respeto y la madurez que dan el paso de los años o por la simple indiferencia y el desprecio que acompañan al rencor, el miedo y el resentimiento. Porque ¿qué puede hacer una simple estatua frente a todo el peso de décadas de recelos, de distintas formas de rezar y de la costumbre de culpar al otro de las desgracias que sufre uno?. ¿Cómo va a ayudar a solucionar nuestros problemas?. Hay que ser muy infantil para llegar a creer en algo así. Sin embargo, también puede ser tan solo una cuestión de tiempo. Porque, cuando nuestro mundo adulto se viene abajo, cuando no hay nadie a quien culpar y el enemigo no tiene ni credo ni idioma ni nación, es una suerte tener quien nos recuerde cómo actuar mientras nos señala el norte al que debemos mirar. Y esto ya lo dijo Rilke cuando escribió aquello de que "la verdadera patria es la infancia" y esa ni tiene religión ni idioma ni fronteras. Creo que tendremos mucha suerte si lo conseguimos recordar aquí en España al igual que lo han hecho en Bosnia pero, ya no solo durante este mes de Abril tan raro, sino también en lo que nos reste a cada uno de nosotros en este eterno confinamiento que es nuestra vida adulta. 
Abril 2020 en Mostar.