domingo, 21 de julio de 2024

Ni héroes ni mártires

Hoy cumplo 18 años de vegetariano. 

Siempre que llega el 21 de julio suelo atreverme a recordarlo y a animar, a quien pudiera estar interesado en dar el paso, a que lo de. Con este párrafo doy por respetada esta pequeña tradición mía; sin embargo, este año, y pese a lo contradictorio del asunto (no en vano alguien dijo que nuestras contradicciones nos hacían humanos) me apetece más señalar otras cuestiones que me llevan rondando la cabeza una buena temporada. 


Puede que sea la edad y el sentirme cada vez más comodo en esa zona de seguridad que es el descreimiento que la acompaña, pero el caso es que, si de algo estoy seguro, es que no estoy seguro de apenas nada.


Pasan los años y en mi vida todo se relativiza; no hay respuestas sencillas e inmutables para casi nada. Cada vez aprecio más los matices en la escala de grises en esto de vivir y siento cómo he pasado de querer cambiar el mundo a intentar que este no me cambie a mí en la medida de lo posible. No es cuestión baladí esta.


 Llegados a este punto ¿cómo voy a tener la desfachatez de intentar convencer a nadie de nada? ¿Cómo voy a pretender cambiar a nadie su forma de vivir su vida? ¿Tan seguro estoy de que mi verdad es "la verdad" y que mi respuesta es la correcta? ¿Dónde estaba yo hace 18 años y dónde estaré en otros tantos más?. ¿Quiero volver a tirar el tabaco por la ventana a mi padre, con él delante, como hice de adolescente porque fumar es malo para la salud?. ¿Quiero volver a hacer boicot a la coca-cola, porque era una bebida imperialista yankee, y obligar a mis padres a comprar la puta Casera-Cola de los cojones?. A mí no me joder.


Tengo 50 años y no quiero convencer a nadie de casi nada porque dentro de mí cada vez hay menos verdades irrefutables. La pasión que me despertaban los grandes ideales que guiaron mi juventud se ha ido apagando y, ahora mismo, la mayor parte de mis fuerzas, escasas por la fatiga del paso y el peso del tiempo, se centran más en bajar de Las Musas al Teatro y en vivir la pelea barriobajera, hortera y cansina, que todos tenemos con ese muro que es el día a día. 


No me hagáis mucho caso. Puede que sea el no haberme tomado aún un café, la crisis de la mediana edad o este martillo castellano que es el calor de Madrid a mediados de julio, pero el caso es que hoy no estoy por la labor de levantar ninguna pancarta, pretender lucir una suerte de superioridad moral, o hacer proselitismo sobre la liberación animal, el medio ambiente o el sistema capitalista. 


Comed lo que creáis conveniente, pero si tenéis dudas, no tengáis miedo en preguntar y probar, primero por vosotros mismos, y después ya vais viendo cómo va encajando ese proceso en vuestras vidas. En mi opinión, merece la pena planteárselo y lanzarse a ello con naturalidad, sin grandes agobios ni grandes penitencias. Ni héroes ni mártires.


Para ir finalizando ya, y de la mano del descreimiento anteriormente citado, va una última confesión: me importa más cómo eres que cómo piensas; me importa más cómo tratas a los camareros que te sirven en el restaurante que la comida que te has pedido; valoro más cómo eres con el dinero, cuando lo pides y cuando te lo piden, que tus posicionamientos sobre la nacionalización de la banca, el laissez faire y la deforestación amazónica por la plantación industrial de soja. En fin, no sé si me explico, a estas alturas de la vida prefiero las personas a los discursos.


Hablando de discursos, doy por finalizado el mío, no sin antes confesar que, para celebrar la efeméride, he invitado a comer carne a mi hija y a mi madre. Esto os parecerá una contradicción más, pero yo creo que es justo lo contrario. Espero que me entendáis.