martes, 12 de noviembre de 2013

Detritus X



En estos días de mediados de Noviembre de 2013, caminar por la calles de Madrid es asistir a un auténtico desfile de inmundicia. Por otro lado, el suelo se presenta enmoquetado con mil papeles rotos, restos orgánicos, bolsas de basura amontonadas y diversas construcciones improvisadas de cartón, inesperado homenaje al Art Povera de fines de siglo pasado.




Digo por otro lado porque es tan habitual confundir los síntomas con la enfermedad como que un tonto mire el dedo en vez de la Luna. Desde el Ayuntamiento madrileño, la vecina menos electa de La Cibeles, mal vende y trafica con servicios públicos como el de la recogida de basuras y, paradójicamente, se lava las manos como Pilatos ante el cariz que están tomando los acontecimientos que ella y la gestión de su partido han provocado. Esa es la verdadera podredumbre, la auténtica basura que habría que reciclar de una vez por todas; pero, sin embargo, a mi modo de ver, esto no es lo más grave de todo. Es otro síntoma más de una enfermedad terrible.




Hace tiempo ya que la palabra empatía está relegada al anonimato en plena dictadura de la neo-lengua liberal, esa que es capaz de argumentar el sinsentido, vestir el aire y vender una mentira como una gran verdad. No reconocer sus logros sería poco inteligente, ¿cómo si no entender que una importante cantidad de trabajadores no sientan un mínimo de esa dichosa empatía por un compañero en huelga?¿Cómo explicarse que muchísima gente no sepa que un obrero que no va a trabajar no cobra la parte correspondiente de su sueldo, ya por lo general escaso y recortado hasta lo insoportable?

Por supuesto que se provocan problemas al general de la sociedad, al consumidor y al usuario, pero que sólo nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena es otra gran verdad. Una huelga es una última solución, una decisión difícil de tomar, desarrollar y finalizar, pese a que se la equipare a los novillos de un mal estudiante que únicamente quiere molestar y hacer perder el tiempo al resto de la clase, ya sea esta obrera o no. Yo, por mi parte, tiraré de paciencia con la suciedad madrileña. Más de mil personas se pueden ir a la puta calle, pero preferimos que nuestro portal no tenga delante un contenedor a rebosar.


Todo es muy triste; me apena enormemente ver y escuchar según qué cosas pero, he de reconocer que la culpa es mía porque realmente no he de extrañarme lo más mínimo.


Hace unos cuatro años, volvía a casa del trabajo en un vagón de Renfe bastante lleno. Enfrente tenía a dos chicos de treinta y pocos años, bien vestidos, charlando de sus cosas. En un momento dado, de entre la hacinada y sudorosa multitud, se comenzó a oír la voz de un toxicómano, otro de los tantos que se busca la vida vendiendo mecheros entre un personal mayormente indiferente. Cuando llegó a nuestra altura con su discurso lleno de quejidos y desgracias, uno de aquellos chicos hizo un aspaviento con el brazo y entre dientes le mandó callar porque no podía seguir su conversación con normalidad. Aquel esclavo opiáceo siguió su camino impasible, contando su historia para poder malganarse unos céntimos, pero apenas nos dio la espalda yo no pude aguantarme más.


Creo que todo el vagón, en el trayecto que va de Delicias hasta Méndez Alvaro, se calló ante el tono de voz que utilicé para decirle a aquel niñato que quién cojones era él para mandar callar a nadie, que si le molestaba que la gente pidiese, que hiciera como todos, que bajara la cabeza o mirase el móvil  y que, si tenía lo que había que tener, me mandara callar a mi.

 No sé si fue más convincente mi tono de voz, mi argumento o mi mirada, porque no recuerdo haberme levantado de mi asiento, pero el silencio se hizo a mi alrededor. Sólo puedo recordar un balbuceo en forma de excusa atropellada y los agradecimientos de aquel yonki, al bajarse cuando llegamos a la siguiente estación.

Sin embargo, nadie más dijo nada,  éramos cerca de 80 personas y prefiero no preguntarme quién levantaba más simpatías, si el que intentaba tener una conversación o el que se estaba intentando ganar la vida. Justo como está pasando hoy.

Estamos todos enfermos.




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