No sé si fue Quevedo quien afirmó que el pecado español es la envidia, pero recuerdo perfectamente como Fernando Fernán Gómez dijo que, en España, se usa el término envidia más para despreciar algo que para darle valor. Según él, se utiliza para restar importancia a los logros ajenos en una especie de versión carpetovetónica de aquella fábula de Esopo que versaba sobre una zorra y unas uvas finalmente demasiado verdes al no haberlas podido alcanzar. Lamentablemente, estoy más de acuerdo con el del siglo de oro que con el autor de "Viaje a ninguna parte".
De
hecho, leí hace años en una etiqueta de vino -no es coña- una curiosa
definición de España mediante el uso que hacemos de la palabra envidia.
Según ella, este país es de los pocos, por no decir el único, en el que
en vez de decir que algo es admirable, elogiable o ejemplar, se prefiere
afirmar que es envidiable. Antes, durante, y tras el vino, he de
reconocer que no pude estar más de acuerdo. España, entre otras cosas,
es un país envidioso en el que se desea el triunfo ajeno no basándonos en
el ejemplo, sino en esa envidia que quién sabe si finalmente también es desprecio.
Sea como fuere; yo, que me considero español para bien y para mal en tantas cosas -algunas tan inútiles como importantes-, he de reconocer que durante estas últimas semanas no me he sentido para nada de esa manera -como diría Trueba: "ni durante cinco minutos"- al enterarme del éxito de unos compañeros de trabajo y, pese a ello, amigos. Este próximo sábado, cuatro de febrero, Uka, un cortometraje de animación que traduce en imágenes lo que un día fue un sueño, está nominado en dicha categoría en la gala de los premios con mejor rima del mundo, Los Goya, y no puedo estar más contento por todos ellos.
Por eso, desde este balcón al que me asomo de vez en cuando, quiero haceros saber que espero y deseo que todos y cada uno de vosotros os llevéis el premio grande, que no es ni el reconocimiento, ni el busto de Goya (pese a que yo soy muy de bustos), sino aquel que consiste en poder soñar, pensar, hacer y dedicar una vida entera al cine, para convertir cada día de trabajo en un ejercicio de pasión vital que estaré encantado de que compartáis conmigo mientras me demostrías que el camino es lo que queda por andar y no tanto lo andado.
Para Martina. |
Me habéis hecho muy feliz, muchas gracias.
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