La vida es un crimen pasional. Un amor travestido, despiadado y maravilloso, alrededor del cual gira todo. Como gira la música para poder sonar; como hacen las palabras al alinearse en renglones cargados de semen, alcohol y puñaladas traperas. Vivir es eso, un giro continuo entorno a la pasión de dar sentido a lo que no tiene sentido alguno. Y eso Pepe lo sabe mejor que nadie.
Cuando Tomás me invitó a escribir unas líneas a modo de prólogo para este libro, de inmediato sentí una mezcla de orgullo y responsabilidad bastante curiosa. Vamos, como el que tiene que lanzar un brindis antes de beber frente a una multitud expectante.
El caso es que supongo que todo aquel que esté recorriendo estas líneas ya conocerá a Pepe Kubrick de sobra, puede que incluso a José Rubio Fontal. Este hijo de Ponferrada, al asomarse al balcón de la madurez, se prometió a sí mismo no dejar jamás de bailar la música de su juventud y continuar vomitando renglones amantes del tacto de lo intangible. Bajo su mirada gris como el techo del Bierzo, yacen el espíritu de Mencía y mil dosis paralelas de euforia adolescente y gravedad existencial. Calado hasta los huesos por el alma de su tierra, marcado por el prólogo de su propia vida, no ha dejado un solo momento ejercer la pasión por existir. Jamás ha evitado pagar el peaje de este viaje sin retorno, cargado de esperanzas y miedos, vertiendo el ocre del vino por lo que ayer eran folios blancos y hoy pantallas mortecinas. Su genio abrumador huye y se persigue a sí mismo, escondiéndose entre el hedonismo de un vaso lleno y la consciencia de saber que el renglón por escribir tal vez no diga nada nuevo. Es esa melancolía, tan útil y traicionera, la que le salva y le condena al mismo tiempo. Por eso no quiere deshacerse de ella. Pese a todo, alimenta su pasión irrefrenable por seguir viviendo una y otra vez.
El caso es que supongo que todo aquel que esté recorriendo estas líneas ya conocerá a Pepe Kubrick de sobra, puede que incluso a José Rubio Fontal. Este hijo de Ponferrada, al asomarse al balcón de la madurez, se prometió a sí mismo no dejar jamás de bailar la música de su juventud y continuar vomitando renglones amantes del tacto de lo intangible. Bajo su mirada gris como el techo del Bierzo, yacen el espíritu de Mencía y mil dosis paralelas de euforia adolescente y gravedad existencial. Calado hasta los huesos por el alma de su tierra, marcado por el prólogo de su propia vida, no ha dejado un solo momento ejercer la pasión por existir. Jamás ha evitado pagar el peaje de este viaje sin retorno, cargado de esperanzas y miedos, vertiendo el ocre del vino por lo que ayer eran folios blancos y hoy pantallas mortecinas. Su genio abrumador huye y se persigue a sí mismo, escondiéndose entre el hedonismo de un vaso lleno y la consciencia de saber que el renglón por escribir tal vez no diga nada nuevo. Es esa melancolía, tan útil y traicionera, la que le salva y le condena al mismo tiempo. Por eso no quiere deshacerse de ella. Pese a todo, alimenta su pasión irrefrenable por seguir viviendo una y otra vez.
Pepe es tan paradójico, tan real, tan de verdad, que no puedes más que rendirte ante su capacidad de obtener lo excepcional desde las vísceras de lo cotidiano. Lo logra a base de arrebatos de tinta a medio camino entre el exhibicionismo y el reparo. Lleva años contándonos compulsivamente que hay días en los que la vida se describe a sí misma como se desnuda la verdad en la boca de un niño: con una sencillez tan cruda que es capaz de relativizarlo todo sin pretenderlo. Que lo más complicado es lo más sencillo. Que nuestra victoria es saber que la vida solo se puede vivir con pasión a cambio de morir un poco. Todo lo demás es sobrevivir y no merece la pena.
Creo que ésta es la razón por la que escribe Pepe. Sobre ella se levanta este libro. Ojalá que estas palabras estén a la altura y sirvan de brindis en su honor.
Salud, amigo. Gracias por la pasión.
Participar es este proyecto es un orgullo imperecedero |
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