jueves, 20 de junio de 2013

El Onofrín



Debía rondar los 16 años cuando, un sábado tarde cualquiera, me fui envalentonado al bar donde yo y mis amigotes solíamos quedar antes de ir a la cutre discoteca de turno. Digo lo de envalentonado porque, como todos los adolescentes de mierda, estaba enfadado con el mundo y además tenía bastantes ganas de mambo, así que me presenté allí una media hora antes que el resto de manada.
- ¿Y ahora qué me pido?, pensé.

Yo, como buen quinceañero pringado y que-va-de-listillo, quería parecer salvaje, peligroso, un tipo de cuidado. Así que, con gesto adusto y voz de perdonavidas de tres al cuarto, llamé a la camarera. 

Nuestra heroína sirvecervezas era una chica rubia, gordita, de voz aguda, cara pálida y unos ojos saltones y azules bastante llamativos. Nosotros en un alarde de hijoputismo la llamábamos "La Walkiria". 

- ¡Eh! (voz de imbécil perdonavidas). Walkiria, ¡ponme un tequila, cagondios!

Hay que decir que el menda en su puta existencia había tomado uno. La cosa era ir de vuelta de la vida, cuando ni siquiera se había salido del pueblo.
Pues allí llega nuestra dama de hierático gesto, con sabe dios que tequila de mala muerte y un vaso de chupito con más roña que las uñas de Diógenes.  Yo, codo en barra, la observo venir. Pone las movidas y... ¡ay amigo!, lanza una cuestión totalmente inesperada al aire :


- ¿Quieres sal y limón?
- Mecagondios, ¿el qué, ho?. Pensé para mis adentros.


Yo intenté mantenerme inmutable, distante, frío, calculador... Y seguro que tenía una cara de imbécil desubicado de padre y muy señor mío. .

- ¡Claro, joder!, respondí.
- Muy bien, asiente la Walkiria.

Va y me pone un limón -que si me pone una raspa de bacalao daba igual de lo seco que estaba- y, a su lado, un salero.

Sus ojos se clavan en mí esperando que realizara la maniobra chupitil habitual.
Yo, que miro aquello pensando qué cojones hacer, me decido a empezar.

Cojo la sal, la tiro dentro del chupito, el limón lo exprimo y le espeto a la camarera:
- ¿Cagondios, no tienes una cuchara pa' remover esto?

Imagínense ustedes el gesto de la chica taburete. No sabía cómo reaccionar. Yo, con la cuchara en la mano, empiezo a remover el mejunje y me lo bebo impetuosamente, lo cual es seguido por una nada discreta y espectacular arcada, así como de una retahíla de eructos bastante bien logrados. 
 
Menudo blancazo, señores.
Intentando esconder mi rostro absolutamente desencajado bajo un velo de dignidad y arrogancia, me vuelvo sobre la barra y pregunto a ver qué partido de fútbol echaban por la tele.
- Hoy juega el Logroñés, ¿no?

No pasaron 5 minutos cuando un nuevo parroquiano visitó la barra y solicitó un tequila, con su sal y limón.
 Lógicamente, escapé con el rabo entre las piernas del garito en cuanto vi como se ejecutaba con precisión ese ritual tequiliano que yo mancillé profundamente a cambio de darle a esa santa walkiria una anécdota para el resto de su vida.

Sí, amigos. El que no sabe es como el que no ve. Y el que no sabe, y quiere aparentar que sí sabe, es un gilipollas. Ojo, tenga la edad que tenga.




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